domingo, 3 de octubre de 2010

4

Mar en calma, viento a favor, sol radiante. Un pequeño grupo parloteaba en la cubierta, tomándose un descanso de sus tareas.

-¡Al fin! ¡Solo un día más! –Festejaba uno de los marineros jóvenes.

-Yo solo quiero llegar, que me den mi paga y volver... Extraño a mi mujer, no veas cómo -comentó otro.

-Pamplinas, idioteces. Las mujeres no traen nada bueno. -Meuts se mesó la rala barba que había comenzado a crecerle.- En su casa dan problemas y en los barcos traen desgracias.

-Viejo loco. -El más joven se rió.- Lo que a ti te pasa es que estás enfermo. Tu madre debió parirte de pie.

-¡A mí no me levantes la voz, mocoso de mierda! -El casado contempló, impávido, el golpe que le propinó el viejo al otro marino.- Aprende a usar la cabeza primero cuando vayas a decir algo.

-Tranquilizaos, muchachos, o me veré en la obligación de dejar a alguno encerrado abajo, y no nos gustaría eso, ¿verdad?

Darigan llegó acomodándose su sombrero sobre el rojizo cabello.

-Lo sentimos mucho, capitán -se disculparon los tres.- Son los nervios, ya sabe...

-Sí, lo sé. -El padre de Stella asintió de forma grave.- ¿Sigue sin avistarse nada?

-No lo sé, es UnOjo el que está vigilando ahora -explicó el joven.

-¡Os digo que no se ve nada, ni se verá! -respondió Igrin desde su puesto en lo alto del palo mayor.- Esa cosa no va a venir, sea lo que sea.

-Tú dedícate a vigilar, y la tarea de adivinar déjasela a los charlatanes de feria.

Todos rieron salvo el aludido, que se encogió de hombros y volvió a enfrascarse en su tarea. Baryl subió en ese momento desde el almacén.

-Está todo en orden, capi -le dijo a Darigan mientras se peinaba el cabello con los dedos.- De todos modos, bueno sería dejar a alguien esta noche vigilando. No querremos sorpresas para mañana.

-Estoy de acuerdo y me ofrezco voluntario. -Meuts dio un paso al frente.

-Me ahorraré los comentarios. -Todos se sorprendieron al ver junto a ellos a Igrin, que se estiraba con pereza. Luego señaló al joven.- A ti, Enano, te toca vigilar.

El joven asintió y presuroso ascendió hasta la cofa. Darigan volvió al timón, dejando a los demás en sus puestos, aunque al cabo del rato solo quedaron UnOjo y MedioPie, en silencio.

-Ey, esa pata de palo, ¿no te hace sentir nada extraño? -preguntó el primero a su amigo, señalando el apéndice de madera que usaba en la pierna.

-¿A qué te refieres?

-El monstruo. El posible gairako.

-Pues no. -Baryl rió ligeramente.- ¿Acaso debería?

-Debería. Todo lo que es alterado por el agua reacciona ante su presencia, ¿no lo sabías?

-Pues no, pero no me importa. Puede no ser un gairako, pero podría ser cualquier otra alimaña la que viniera. Hay que tener cuidado, es el hecho.

-Bah, no vendrá nada. De hecho, el viejo puede ser más peligroso que un ruido raro que haga el barco.

-¿Y qué podría tener un viejo misógino de peligroso? -El cojo se volvió a reír.- Creo que le temería más a un cangrejo que a él.

-Bien, entonces hagamos una apuesta. -El ojo verde del tuerto relució de forma extraña, al igual que su sonrisa.- Si pasa algo con el viejo antes de que lleguemos a puerto, me darás mi dinero cuando lleguemos y no nos volveremos a ver.

Debajo de la tela que le servía para parchear el ojo, Baryl notó un extraño destello azul, pero no duró lo suficiente para convencerlo. En cambio, sí le dio una idea.

-Si tengo razón yo, no recibirás nada ni te irás hasta que me muestres la cicatriz de tu ojo.

-Hecho.

Estrecharon las manos.

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

Pasos. No sabía si soñaba o estaba despierto. El brillo azul bajo el parche de Igrin, los rumores sobre el demonio de mar, la inminente llegada a puerto; tenía los nervios tan a flor de piel por tantos sucesos tan repentinos que le costaba conciliar el sueño. Y seguía oyendo pasos.

Se levantó con cuidado pensando que Igrin se ocuparía de lo que fuera ya que a él había pedido quedarse en cubierta esa noche, o quizá Meuts estaba dando un paseo desde la bodega, cansado de no hacer nada.

Sintió un fuerte dolor en la pierna de madera. Tuvo un presentimiento.

Cogió un candil, abandonó el camarote a todo correr y lo encendió. Subió la escalerilla hasta la cubierta. Vio a una bestia saltar desde el palo mayor sobre una masa informe que le recordó, en un primer momento, a una tortuga.

-¡Mierda puta! ¡Se ha despertado ese imbécil! -Gritó Igrin con voz gutural.

-¿Pero qué coño pasa aquí? -Baryl no salía de su estupor.- ¿Qué mierdas es esto?

-¡¡Maldito demonio!! -La masa gritaba, con la voz de Meuts, e intentaba atacar a esa cosa que hablaba como Igrin.- ¡¡Dámelas!! ¡Déjame ir!

Las lunas y las estrellas iluminaban el panorama. La lámpara era, de todos modos, un apoyo para ver mejor.

Su amigo, el de la apuesta, intentaba zafarse de las dos masas fusiformes en que se habían convertido los brazos del viejo Meuts. Apretaba la mandíbula, enseñando los dientes, y forcejeaba con los brazos para liberarse, pero no lo conseguía. Los ojos del viejo titilaban con un brillo amarillento, mientras que su lengua, ahora bífida, humedecía sus labios.

-Dámelas... Y te dejo ir. Somos parecidos, nos entendemos.

-Y una mierda parecidos. -Igrin devolvió el agarre a su oponente.- Tú eras una mierda de humano corriente. Ahora eres una mierda de demonio mediocre.

Sin salir de su asombro, sin mover un músculo, Baryl vio como los dedos del tuerto se enterraban en los tentáculos que lo apresaban, para luego desgarrarlos transformados en garras. Los dientes se transformaron en colmillos afilados, entre los cuales asomó la lengua. Parecía una bestia rabiosa.

-Y yo soy el demonio de mierda... Yo sigo una naturaleza, tú no eres nada.

-Yo la sigo a ella, que es más de lo que un ippai puede pedir.

Ippai era el término que usaban algunas personas para referirse a los espíritus malignos que se dedicaban a poseer personas, animales u objetos.

-Pero si tú no eres más que una mierda de Aether. ¿Qué vas a saber sobre criaturas reales?

-Jo... der...

Ambos se giraron de golpe hacia Baryl, reparando recién en ese momento en su presencia. El joven no sabía qué hacer, mientras en su cabeza la idea de que su amigo era una semibestia, una criatura despiadada con aspecto humanoide que se dedicaba a masacrar aldeas y caravanas, se iba asentando.

-¡Mátalo! -Gritó Meuts, lanzándose a por Baryl.- ¡Mátalo y llega hasta las nagas! ¡Malditos demonios de tierra!

-¡Son un par de humanas de mierda, no sirven para nada! -Igrin se lanzó hacia Meuts como un tigre, derribándolo en el suelo.

Baryl apenas retrocedió y se cubrió con los brazos, viéndolos caer a unos pasos de él. Meuts daba fuertes latigazos a Igrin, produciéndole quemaduras con la sustancia amarilla que exudaban sus extremidades. El otro no se amedrentaba, de todos modos, arañando y golpeando con fuerza salvaje, sin fijarse en nada más. Sus garras desgarraban piel y escamas por igual, mientras lamía la sangre que manaba de un corte en el labio y la que le salpicaba de su víctima. Ignoró el momento en que el espíritu abandonó el cuerpo y siguió golpeando despiadadamente, poseído.

-¡Está muerto, Igrin! ¡El viejo ya está muerto! -Le gritó Baryl.

-Está vivo... -La voz volvía a sonar normal, pero distinta. Ahora era tranquila, relajada, burlona. Era la voz que oyó Mirna antes de morir.

-Joder, tuerto, no hagas idioteces... -Retrocedió, asustado.

-Silencio. -Aún hablando no cambiaba, seguía golpeando. Atravesó el hombro derecho de Meuts varias veces con las garras, y luego el izquierdo. Su ropa era ahora de color rojo sangre.

-Igrin, por favor...

-¡¡Papá!!

El semibestia se detuvo. Su mano estaba a pocos centímetros de la garganta de Meuts. El charco de sangre llegaba hasta Baryl. Stella estaba de pie, junto a la puerta que llevaba a los camarotes, con la cara deformada por el horror.

El tío se giró hacia la niña, aterrado. Luego se giró hacia el tuerto. Fue el único en percibir el brillo azul que atravesaba la tela que servía como parche para el ojo ciego. Igrin gritó.

-¡Stella, vuelve abajo y dile a tu madre que suba! ¡Vosotros, coged a esa escoria y encadenadlo abajo, que no se mueva! Y tú, Baryl, vas a contarme qué ha pasado... cuando logremos curar al viejo.

La voz de Darigan era un eco sordo en los oídos de los dos amigos. Mientras los demás marineros recogían a Igrin y lo levantaban del suelo, los dos se miraron un momento.

-He ganado -le recordó el tuerto en un susurro.

-Has ganado -admitió el cojo de igual modo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Joder, me encanta el machismo de Meuts. Es de ésos que te hacen gracia en lugar de cabrearte.

Igrin de vigía... con un parche en el ojo. El que lo puso ahí arriba no era muy inteligente que digamos. "¡Adiós, señora percepción de profundidad!" xD

Apostar contra Igrin. Poobre infeliz... (seguro que Igrin es de los que si pierde la apuesta te arranca la cabeza y se queda con las ganancias, xD).

¿¿Parecidos?? ¡Haala, lo que le ha diichooo! ¡Pobre Igrin! xD

Así que esto era lo que ocultaba el viejo Meuts. Seguro que es tan mediocre que no le sirve ni de aperitivo.

¿Cómo que reparando en ese momento en su presencia? ¡Igrin ya lo había hecho antes! Y... ¿quién coño le dice a Baryl nada de destruir aldeas y caravanas? ¡Ese chico tiene demasiada imaginación! ò.o (Habrá que amputarle los sesos)

Y el final es... LOOOL

Muajajajaja...