domingo, 26 de diciembre de 2010

Interludio I -15b-

Erie se sentó a los pies de la cama. Igrin la miró con gesto hosco y se llevó la mano al vendaje que cubría su hombro.

-¿Cuál es vuestro jodido problema? –Preguntó, sin haber en su voz ni rastro de enfado.

-Vengo a pedirte disculpas en mi nombre y en el de Mithrael –respondió ella.- Hay cosas sobre ti que necesitamos saber.

Igrin guardó silencio, pensativo. Reprimió un escalofrío.

-¿El qué?

-Todo. Cómo conseguiste a Angren, como lo has mantenido, cómo llegaste, como piensas volver, de dónde vienes y adónde vas.

-¿Quieres empezar por el final? Qué mujer más rara.

Erie sonrió con cansancio y suspiró. Luego juntó las manos sobre su regazo y lo miró, expectante.

Igrin guardó silencio otra vez, apartando la vista. Tenía vagos recuerdos de una conversación parecida, pero no estaba seguro de ello, como tampoco lo estaba de querer comprobarlo. Decidió hacer un intento, de todos modos.

-¿Sabes quién me envía?

-¡Claro! Y Mithrael también. –Igrin esperó a que ella continuara.- Tú estás con… bueno, tiene muchos nombres. Hay quien la llama Quang, Mit la conoció como Xie-Lan, y para ti es Ishnaia.

-Solo Ishnaia. Nada más. –Igrin cerró el ojo.

-¿Y bien?

-¿Qué soy?

-Un aether, un híbrido… Semibestia artificial. Y, además, mal hecho.

-Gracias.

-Lo lamento.

Guardaron silencio otra vez. Mitsedraefel tosió.

-Sé que estoy mal hecho. Pero ella decidió mantenerme y usarme, a pesar de todo... Ella me ha dado una nueva oportunidad. Le pertenezco. Sus órdenes son lo que me mantiene con vida. Y la suya... Tengo que dejar Angren en sus manos. Lo necesita. Y si ella vive, yo vivo.

-¿Y lo haces sólo por serle fiel?

-No lo sé.

-¿Hasta dónde tienes que ir?.

-Hay un límite a lo que puedo decir partiendo de que ya la conocéis.

-También hay un límite a lo que no puedes decir.

-¿Qué?

-No te preocupes por eso ahora. ¿Quieres contarme el principio de tu viaje?

-¿Para qué?

-¿Y por qué no? Hablar es bueno.

-Soñar no hace daño a nadie.

-Esta mañana ya nos contaste que habías matado a tu hermano.

-No lo recuerdo... ¿Por qué?

-Te quitamos a Angren mientras dormías... Mithrael lo hizo.

-¿Tantas ganas tenéis de verme muerto?

-Ella sí.

-¿Y tú?

-No puedo.

-¿Por qué?

-Por el mismo motivo por el que no te cuesta hablar conmigo y, sin embargo, no serías capaz de hacerlo tranquilamente con Mithrael.

-Nos conocíamos, ¿verdad? En mi otra vida. Antes de estar muerto.

-Sí.

-Entonces, si no me odias, hazme el favor de mantener a esa zorra alejada de mí. Si vuelve a quitarme a Angren, si llego a fallar mi misión... Si sale algo mal, ella me...

Erie se acercó más a Igrin y lo abrazó, intentando tranquilizarlo. La sorpresa lo dejó paralizado. Pero había otra cosa... Al que no era capaz de reconocer.

-Hay algo más.

-¿Qué es?

-Gracias a Angren no soy tuerto.

-¿Cómo?

-Puedo ver. Esa segunda alma que tienes, por ejemplo.

Se separaron. Ella lo miró extrañada, casi asustada. Él no se movió.

-No es...

-¿No..?

-No es un alma.

Erie se levantó y se apresuró hacia la puerta.

-Puedes ir a cualquier parte de la casa que quieras, excepto al exterior. La propia casa no te dejará salir.

-Eso quiere decir...

-Eso no quiere decir nada. Estás entre enemigos, pero eventualmente te dejaremos ir. Tú mismo sabes que, desde que pusiste esa cosa en lugar de tu ojo, perdiste. ¿Verdad?

Igrin se quedó sólo en el cuarto.

Interludio I -15a-

Tranquilidad. Silencio arrullado por el trino de algunos pájaros. Suavidad. Comodidad. Lo único que percibía, aunque de forma muy lejana, eran crujidos de madera. Su atención estaba situada en un punto más lejano, más distante, no presente en el mundo físico que lo rodeaba. Lo más cercano era la suavidad de las mantas, la comodidad de un colchón de verdad bajo su espalda.

-Duerme como un gato...

-Dejémoslo. Lo necesita.

-Lo entiendo, pero... Ojalá las cosas fueran diferentes.

-Creo que eso es lo único en que estamos de acuerdo.

-A pesar de que tú quieras protegerlo.

-No puedo evitarlo.

-...Será mejor dejarlo dormir de una vez.

-¿Ves? En el fondo tú también te preocupas.

-¿A qué viene eso? ¡Que yo soy una persona muy decente!

-Baja la voz, que necesita dormir.

-De hecho...

Igrin fue abriendo lentamente los ojos, acostumbrándose a la luz. El techo de madera sobre su cabeza lo desconcertó un momento mientras hacía memoria. Estaba en una cama de verdad, en una casa, la de alguien… Tenía unas ropas extrañas puestas, no eran las suyas y… alguien lo observaba.

Se puso en pie de un salto, con una mano por delante y la otra por detrás, listo para atacar con unas, en ese momento, ficticias garras. Estaba con dos mujeres.

-¡Atrás! –Gritó, alarmado.- ¡Alejaos!

-Ya, ya. Tranquilo. –Una de las mujeres se aproximó, sonriente. Tenía el cabello largo de color castaño.- Sé que Mit puede ser un poco… desconcertante, al principio, pero no tienes que ponerte nervioso. Estás a salvo.

-Ya salió la bondadosa Mits… -se burló la otra, mientras sujetaba su barriga de embarazada con una mano y apartaba algunos mechones azules de su cara con la otra.

-No me llames así.

-Vale, vale.

La morena era “Erie”, recordó Igrin. Y la peliazul era Mithrael. Ambas vivían en aquella casa, a la que había llegado la madrugada anterior. Había seguido el camino, había visto la luz a un lado del camino, y al cruzar el umbral…

-Te pegamos con un jarrón en la cabeza –cortó Mithrael su pensamiento.- ¡Habría sido divertido! Pero yo no estoy para esos trotes.

-Y no está bien. –Erie sonrió, cansada.- Me limité a usar un hechizo de sueño.

-Dadme… dadme mis cosas –demandó el hombre, sintiéndose un tanto inseguro.

-No, eso ahora no –se adelantó Mithrael.- Mejor ve al cuarto de al lado, que yo voy a buscar la navaja. Te hace falta un buen afeitado.

-Me resulta tan raro verlo con barba…

-Eso es porque no estás acostumbrada a los humanos, Mits. Para ti todo son dragones y magos.

-Cierto. Aunque, últimamente...

Igrin se sentía paralizado por la impresión. Tenía la sensación de haberse quitado un gran peso de encima, pero, a la vez, de haber perdido algo importante… Era como si estuviera medio vacío.

Sin él ser capaz de percibirlo, fue conducido a otra habitación y sentado en una silla, cerca de un barreño de agua y con un largo paño cerca con el que cubrieron su nueva camisa.

-Levanta la cabeza. A ver, esa espuma...

Erie observaba desde el dintel de la puerta.

-Bueno. Háblanos de ti, Igrin. ¿Cómo has llegado hasta aquí?

-Caminando... y en barco.

-Oh, ¿en barco? ¿Entonces vienes de Karime?

-Karime... Sí. Al norte. En el templo de Narae la Serena. Athinius...

-¿Por qué fuiste a Karime?

-Ella me dijo que fuera.

-¿Y qué hiciste?

-Maté a mi hermano.

-¿Por qué?

-Porque él me iba a matar a mí. No quería que me fuera. No me dejaba. Que no podía hacerlo, decía. Que no debía. Que era una trampa, un engaño, un sinsentido. Que no, que no y que no. No me dejaba irme. Y tampoco me lo quería dar. Por mucho que yo insistiera, no soltaba...

¿Dónde estaba Angren?

Igrin saltó. Mithrael dejó caer la cuchilla con la que lo estaba afeitándolo y se apartó para esquivarlo. El chico calló al suelo y la miró, enseñando los dientes, apoyado sobre las cuatro extremidades y con la espalda arqueada. El cabello de su nuca se veía erizado.

-Mit…

-Tranquila, se calmará si no me muevo. Debe ser un hechizo de defensa para ella, y si no es el hechizo…

-…Es que es parte de su naturaleza. Me imagino. ¿Y qué hacemos?

-Esperar un tiempo.

Se oyó un portazo a lo lejos. Ambas mujeres abrieron desmesuradamente los ojos.

-¡Ya estoy en casa!

-¡Heralc!

Igrin salió de la habitación y corrió hacia la puerta. Las dos mujeres lo siguieron corriendo, hasta que en la entrada lo encontraron tirado con una saeta atravesando su hombro derecho, y al agresor con el arma en la mano.

-Pero cariño… ¿Cuántas veces te he dicho que tengas cuidado? La sangre se quita muy mal.

-Gracias pro la preocupación. Dejáis a vuestro experimento suelto, casi me mata... Y la limpieza es lo primero.

-Pues claro.

-¿Por qué no va alguno a por una venda? –Erie se acercó a Igrin, que estaba como atontado.- Luego yo me encargaré de arreglar como pueda la camisa, sería una pena que se arruinara estando nueva.

Heralc fue el que se marchó. Mithrael se agachó como pudo junto a Erie e Igrin. De su bolsillo sacó algo envuelto en un paño blanco.

-¿Estás segura de eso?

-Si vas a tratarlo, lo mejor es que lo tenga... Y tú no puedes ponérselo.

Mithrael sacó la gema azul del paño, que brillaba en su mano, y con cuidado la colocó en el hueco abierto que Igrin tenía en vez de ojo.

-Iré a buscar algo para limpiar.

-Yo intentaré llevarlo a su cuarto.

La peliazul se marchó.

domingo, 12 de diciembre de 2010

14

Igrin se arrebujó en su capa, tiritando, castañeteando sus dientes. Durante el día, el sol brillaba más. Por la noche, sin embargo seguía haciendo un frío de mil demonios. Por lo menos, pensó, la herida ya no sangraba.

Dariel era un grandísimo hijo de puta. Haberlo sabido todo desde el principio y hacerse el idiota. ¡Así las cosas no tenían gracia! Como estar escondido entre las chimeneas de los tejados, y todo era culpa de aquella estúpida niña. ¿Cómo se llamaba…?

Se asomó un momento, con cuidado. No había nada. O casi nada, que no es lo mismo, pero es igual.

Todo era tan misteriosamente tranquilo y silencioso, salvo por el tipo que caminaba envuelto en una capa, medio cojeando, casi corriendo…

-¿Dariel?

-¡Igrin! –El tipo respondió en un susurro.- ¿Dónde estás?

-A ti te lo voy a decir.

-Joder, ¡me duele la pierna! Ya que te haces notar, al menos que podamos hablar como personas civilizadas. No vengo aquí a pelear ni estoy en condiciones para ello.

-¿Y?

-Al menos podrías haberte fiado un poco de mí…

Bajó de un salto. Sin darle tiempo de reaccionar, cogió a Dariel por la espalda, rodeándolo con un brazo para impedirle moverse y amenazando su cuello con una daga con el otro.

-¿Qué quieres?

-Explicarte…

-Joder, ¿ya empiezas con el mariconeo?

-No es eso… Yo me propuse no entregarte porque eres amigo de Arti, pero por otra parte está mi deber como guardia. Tengo un puesto que cuidar, y una imagen y eso. Ya me entiendes.

-¿Solo vienes a hacerme perder el tiempo?

El tuerto miró a su alrededor. Las calles, a esa altura, estaban sumidas en la más impenetrable oscuridad.

-Vengo a terminar de darte las instrucciones. Si no te hubieran visto, nos hubiésemos encontrado en ese callejón en vez de pelear… Pero bueno, si no te interesa, me voy.

-Dariel…

-No, no me preguntes, Igrin. Por más que insistas ahora que ha saltado tu curiosidad, no pienso decirte nada.

-Dariel…

-¡De verdad! ¡No seas violento, por favor! ¡No puedo decirte nada, por mucho que quiera, porque debo respetar tus deseos, ya que igual tienes algo de humano…!

La daga se pegó más a la carne.

-¿Te callas de una puta vez?

-Ehem, bien, bien… –El guardia reprimió una risita.- Tus cosas están en casa de una de mis amigas, la misma que me ha ayudado a seguir caminando, si me apuras, y a seguir teniendo posibilidades de ser padre.

-Cabrón con suerte. Y yo aquí, con dolor de estómago.

-...Para llegar hasta su casa tiene que seguir la calle principal hacia la salida Oeste de la ciudad. Es la única casa en varias millas, así que no tiene pérdida. Podrás quedarte allí durante algunos días, hasta que las búsquedas se alejen un poco. Yo tendré que quedarme en el cuartel mientras me “recupero”.

-Y ahora te hago dos preguntas más: ¿asumo que tu “amiga” es hechicera? No hay otra forma de curar semejante corte. Y segundo, ¿a qué viene tanta amabilidad? No me creo que sea solo cosa de Arti.

-Sí, es hechicera. De hecho, este es el barrio de los magos; aquí se juntan todos los hechiceros, con sus escuelas y sus cosas… -Dariel inspiró profundamente y luego espiró.- Lo otro es porque me caes bien. No realmente bien, pero al menos me he entretenido, a pesar de haber quedado un poco maltrecho.

Igrin guardó silencio. Oteó nuevamente a su alrededor antes de alejarse de soltar a Dariel, pero sin guardar su arma.

-A mí no me has caído nada bien, y estoy dudando si matarte o no. Supongo que no lo haré, porque quiero leer un libro… pero solo si te das prisa y te largas, y no te vuelvo a ver en lo que me quede de vida.

Dariel asintió con la cabeza levemente.

-Y, si ves a aquel marinero, dile que… el color azul es una mierda. Y que se busque una chiquilla, o un chiquillo, o lo que quiera.

-¿Algo más que quiera el señorito?

-Que cierres la puta boca si sólo vas a decir gilipolleces. Pero primero dime cómo se llamaba la niña esa.

-¿Quién?

-La mujerzuela por la que me buscan. La puta esa.

-Mirna aep Nirren.

-Qué gracia. Ahora que lo pienso, ella nunca me dijo su apellido.

martes, 7 de diciembre de 2010

13

-¿Qué es lo que tienes en el ojo?

-Nada, por eso soy tuerto.

-¿Te lo arrancaron?

-Sí, por eso soy tuerto.

-Pero aquel tipo dijo que tu ojo brillaba…

-Soy tuerto.

-Brillaba con una luz azul, como un hechizo de algún tipo.

-Ya te he dicho que soy tuerto.

-Lo has dicho cuatro veces. Me he enterado.

-¡Eh, jefe! ¡Las tablas ya están hechas! ¿Qué título hay que ponerle a este?

-Espera un momento, ya vengo.

Igrin se cruzó de brazos y tiró del cuello de su capa, intentando taparse más de lo que ya estaba. Era imposible, de todos modos.

Dariel se fue al otro cuarto, donde los trabajadores preparaban la imprenta para hacer las distintas copias de su libro. El tuerto lo miró un segundo, con los dientes apretados. Maldito Dariel con su maldito juego de hacerse el maldito inocente. Necesitaba averiguar qué sabía exactamente. No podía marcharse dejando cabos sueltos que luego podrían atarlo a él.

Y ahora le tocaba esperar.

-¿Qué título tendrá?

-Pues… Carnaval Negro, creo…

-¿Cree? Rayos, cada vez es más irresponsable, jefe…

-Ya sabes que estas cosas no puedo llevarlas apuntadas. Si alguien se enterara...

-Ah… Bueno, está bien. ¿Carnaval Negro, pues?

-Sí. Con el pseudónimo de siempre.

-¿Lo qué?

-La firma. El nombre.

-Ah. Sí, sí. Lo siento, es que su amigo me distrae. Me pone los tiempos… ¡Los pelos! ¡Me pone los pelos de punta!

-Relájate.

-Sí, jefe.

Golpearon la puerta. Toc, toc, toc. Igrin se puso en pie y Dariel acudió.

-Vete a la trastienda. Diles que vas de mi parte.

-Y una mierda.

-Que te vayas.

-¿Y adónde?

-Tres calles más abajo y luego hacia el oeste.

-Gracias. Esto es lo que necesitaba saber.

-No tienes ni idea. Largo.

Igrin se fue. Dariel abrió la puerta.

-Hestin, ¿qué haces aquí?

-Investigo.

-Ah, ¿también oíste lo del semibestia?

-En Ahkdur aún lo buscan, igual que en Kath, o, más bien, por todo Ryu. E incluso en Karime.

-La puta…

-Eso digo yo. Pero no he encontrado nada por aquí.

-¡Jefe, se escapa!

-¿Qué? –Dariel y el otro guardia se giraron hacia el chico más joven que se acercaba desde una callejuela.

-Lo he visto corriendo hacia la plaza de magos, va cubierto con una capa azul.

-¿Azul? Hijo de puta… ¡Cambió de color!

-Déjamelo a mí, Hestin. –Dariel desenvainó su espada.- Y haz el favor de llevarle mis cosas a doña Erie, por si no me da tiempo hoy.

-Como quieras, pero no la cagues.

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

Igrin siguió corriendo, asombrado por la resistencia y la rapidez de sus perseguidores. De todas las callejuelas circundantes salían más, como si fueran hormigas, eternos, inacabables. Y lo fácil que sería matarlos a todos… Pero era una pérdida de tiempo innecesaria.

-¡Quitaos de en medio! ¡Apartaos! ¡Es mío!

Encima, ahora los imbéciles se lo repartían. Qué ilusión.

-¡Detente! ¡Ven aquí si te atreves!

Y hacían alarde de sus tácticas militares… ¡Qué función!

-¡Ven aquí YA!

Igrin se detuvo. Dariel estaba al otro lado del callejón. Su público eran un montón de guardias con alabardas dispuestas.

-Podemos tener un duelo si quieres, aunque vas a perder de todos modos.

-¿En serio? Diablos, yo también quiero tus poderes de adivino.

Cargaron el uno contra el otro. Dariel sostuvo su espada contra la cimitarra que Igrin había obtenido de los bandidos. Ninguno cedía, pero no se esforzaban especialmente. Ambos sonrieron.

-Qué divertido.

-Y tanto.

Se separaron un paso, Dariel se agachó y, en un giro, rasgó el aire. Igrin saltó, y la hoja que lo acechaba subió tras él. Sus pies sangraron.

-Tres filos.

-¿No es una preciosidad?

-No sabía que teníais permitido usar espadas hechizadas.

-Es que yo soy especial.

El semibestia reculó, calculando los pasos que lo separaban de la pared, pero su rival no se acercó. Al fin, Igrin sacó su daga y la lanzó contra su oponente, pero Dariel lo esquivó y con un corte vertical rajó su vientre. No era más que una herida superficial, peroIgrin gruñó.

-¿Te rindes?

-Y una mierda.

Dariel se lanzó con la espada por delante, una estocada. El tuerto esquivó el arma, pero el brazo del guardia aferró su camisa y lo alzó unos centímetros del aire. Igrin inspiró, y le clavó la rodilla en la entrepierna. El moreno se encogió de dolor, mientras una serie de patadas del recién liberado lo azotaban por doquier. Al final, Igrin recogió la espada que había quedado en el suelo y se la clavó en el muslo. Dariel gritó de dolor.

-Te van a matar…

-Que lo intenten. Yo te mataría a ti si tuviera tiempo.

Los soldados arremetieron. Igrin desclavó la espada y degolló con ella a los que más se aproximaron antes de clavarla en el suelo y usarla como apoyo para saltar sobre el tejado más cercano, huyendo.

domingo, 28 de noviembre de 2010

12

Mediodía. El sol brillaba en lo alto de un cielo despejado, agradable a la vista, benigno con los viajeros. Tristemente a los presos ya les daba igual.

-Ya estamos llegando –anunció Dariel.

-Bien.

Los caballos arrastraban la carreta y tras la carreta era arrastrada la jaula de los presos. Eran como animales de feria, reses camino del matadero.

-Yo tengo que dejar a estos primero y después podremos ir a dejar la novela de Arti.

-Bien.

-Me tendrás que acompañar, de todos modos.

-¿Por qué?

-¿Sabrás manejarte por la ciudad tú solo?

-Sí.

-No importa. Arti me pidió que te cuidara.

Las calles estaban tranquilas. Aquí y allá había niños jugando, guardias haciendo su ronda, recaderos haciendo su trabajo. Nadie les prestaba atención.

Llegaron al cuartel. El soldado bajó del pescante.

-Voy a dar el aviso.

-Voy adelantando trabajo.

-¿Tanta prisa tienes por irte?

-Sí.


Dariel sonrió y entró al edificio. Igrin comenzó a soltar la cuerda que ataba la jaula con la carreta, y poco tardaron en salir un par de guardias a ayudarlo

-Ya puede irse, señor; nosotros nos encargamos del resto.

-¿Y la carreta?

-También pasa a nuestra custodia.

-...Voy a sacar mis cosas.

Realmente, dentro de la carreta lo único que tenía eran sus ropas viejas, una capa y el dinero. El resto pertenecía todo a Dariel.

-¡Eh! ¿Adónde con tanta prisa?

Quien justo se asomó en ese momento.

-Me voy.

-No, no, espera. Lo de Arti, ¿recuedas?

-¿Y a mí qué?

-Anda, hazme el favor de coger mis cosas y de ir adelantándote.

Igrin se dio la vuelta.

-Te lo pagaré.

Comenzó a andar.

-Seguro que te hace falta dinero para el viaje tan largo que tienes por delante.

Se detuvo.

-De paso, podremos hablar con calma.

-¿Hablar de qué?

Sentía la mirada de Dariel en su espalda. Fija. Quemaba.

Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Seis…

-Del barco. Y del santuario de Narae.

Los presos y los ayudantes ya no estaban.

-Más te vale pagar bien.

Volvió a caminar.

-¡Nos vemos luego, Igrin!

lunes, 22 de noviembre de 2010

11

Anochecía. Se habían detenido un momento para comer algo y descansar. Calculaban poder llegar a su destino al amanecer

No habían encendido hoguera, aunque la noche era fresca. Se notaba –cada vez más- que cambiaba la estación.

Revisaban lo obtenido de los bandidos.

-No entiendo por qué el empeño en quedarte con sus cosas –preguntó Dariel.

-Quizá porque no tengo gran cosa ahora mismo, así que cualquier añadido es bueno –respondió Igrin.

Guardaron silencio y comieron. Tenían algunos frutos secos y empanadas frías, lo primero para los prisioneros, lo segundo para ellos.

-Es curioso. –Igrin miró a Dariel, que había empezado a hablar. Probablemente, un largo y aburrido monólogo.- Yo no soy de aquí, ¿sabes? Nací en el sur.

-Se nota… -Sí, monólogo.

-Cuando era niño, mi madre nos trajo a mi hermana y a mí. Las dos están casadas, una otra vez en el sur, la otra más al norte... y yo sigo aquí.

-¿Por qué me cuentas esto?

-¿Y por qué no? Intento tener un viaje agradable. Lo mínimo que puedes hacer, ya que te alimento y te llevo, es escucharme y ser amable.

-Sí, lo que sea. Yo voy a echar una cabezadita...

-Sí. ¿Por dónde iba...? Ah, sí. Arti. Ella sí es extranjera; de Karime. Teníamos dieciséis años cuando nos conocimos... Un par de chiquillos. Ella ya escribía entonces, y yo pintaba. Así no nos costó congeniar.

-Entonces sí te follas a Arti.

-¿Tú no estabas durmiendo?

-Alguien está haciendo ruido, pero hago lo que puedo por relajarme. ¿Y bien?

-Ni... ni de broma. ¿A mi hermana? Pffffffff...

-¿Arti es tu hermana?

-No, pero como si lo fuera.

-¿A qué viene tanta mariconada de “conocerse, congeniar” y todas esas... polladas?

-¡Es mi historia! ¡Cállate, escucha y deja que la gente lea!

-¿Eh?

-¡Seguro que a alguien le interesa!

-Pues cuéntame... No sé, cómo terminaste en la guardia o algo. ¿Pagan bien?

-Es un trabajo. Te toca.

-¿Qué?

-Que hables de ti. Tengo el derecho de la curiosidad... y de ver mi curiosidad respondida.

-Tienes derecho a una polla en vinagre.

Dariel rió. Igrin ni siquiera lo miraba.

-Qué pasa, ¿te persigue la ley y tienes que cubrirte las espaldas? ¿Tienes algún secreto vergonzoso que te dé pena contar? Por ejemplo, ¿cómo perdiste el ojo?

-...tengo amnesia. Y lo del ojo fue una mantícora.

-¿Y te curaste por arte de magia?

-Me curaron por arte de magia.

-Oh...

Crepitaban las llamas. Algún preso roncaba mientras los otros gruñían o hablaban en voz baja.

-Ahora tengo yo una duda.

-Dispara.

-¿Tienes alguna cualidad especial por la que puedas ocuparte de diez presos tú sólo? ¿Qué pasaría si yo no fuera contigo e intentaran escaparse o te atacaran?

-Ya lo averiguarás cuando lleguemos.

-Pues menuda mierda...

-Ya deja de quejarte y vete a dormir. Ya se me ha pasado el momento nostálgico. Haré la guardia.

-Vete tú. Con tanta cháchara se me ha quitado el sueño.

-¿Seguro?

-Seguro.

Dariel miró a Igrin un momento, no muy convencido. Aún así, terminó subiéndose a la carreta para acomodarse y dormir.

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De quince entradas que tiene el blog, doce son mías...

Igrin: Tenemos que hablar MUY seriamente de lo que has hecho con la cuarta pared ¬¬

Mital: ¿Qué pared? ó.o

domingo, 14 de noviembre de 2010

10

Y este es el de esta semana...

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Llantos, quejidos, algún ronquido casual, traqueteo y cascos de caballo. No se oía a los pájaros piar ni se oía el viento meciendo la hierba y los arbustos circundantes. Sí que se oía crujir lo que quedaba por debajo de las ruedas de la carreta.

La tranquilidad era extraña.

-Me alegro de que te quede bien –comentó su compañero, intentando romper el hielo.- Cuando me lo pidió, no imaginé que la cosa acabaría así.

-Ni idea. Cosa suya.

-Ya… Bueno, en fin. Me sorprende que seas más delgado que yo, y eso… ¿Seguro que comes bien?

-Sí.

-Ah, bueno… De todos modos, si quieres, cuando lleguemos al pueblo te llevo a casa de unas amigas y preparo algo. Dicen que soy un excelente cocinero.

-Me alegro.

-¿Qué te gusta más, las legumbres o la carne? Supongo que la carne, tienes más cara de eso… -Rió un momento, nervioso.- Sé preparar un pavo relleno que está para chuparse los dedos.

-Eso es desagradable.

-¿Qué?

Igrin lo estaba mirando con su ojo bueno. El otro, tapado por el improvisado parche, estaba también tapado por algunos cabellos que caían sobre su frente. El joven conductor de la carreta tragó saliva, nervioso.

-Esos comentarios, “para chuparse lo dedos”. Es desagradable, da asco. Existen las servilletas.

-Uy, vaya. Así que el amigo es un señorito.

-No.

-Entonces no actúes como si lo fueras. Eso sí es desagradable… da asco.

-Bien.

-Bien.

Se sumieron en su mutismo de nuevo. El conductor mantenía los ojos concentrados en lo que se acercaba; su acompañante, en el paisaje de alrededor. Los diez presos enjaulados que llevaban al otro pueblo se miraban entre ellos y a su ansiada libertad. Su mala suerte era no disponer de herramientas para abrir la jaula de hierro.

-Dariel.

-¿Qué?

-¿Solo tienes amigas, pero no te acuestas con ellas?

-¿Qué?

-Cocinar es… -Igrin meditó, buscando la palabra adecuada.- Cocinar es para raritos. Tú solo tienes amigas e intentas intimar conmigo.

-No.

-Menos mal. ¿Entonces?

-Tengo amigos y no me interesan las relaciones.

-Marica.

-No.

Otra vez en silencio. Dariel suspiró lentamente, controlando el aire que expulsaban sus pulmones, intentando aclararse. ¿Por qué había aceptado llevar a un desconocido con él?

Igrin olfateó el aire. El soldado lo miró.

-¿Qué pasa?

-Viene gente… Tres, creo.

El castaño fijó la vista en la lejanía. Dariel detuvo la carreta y esperó, desenvainando su espada.

-¿Ves esa nube de polvo de allí? Eso quiere decir que vienen a caballo.

-Hijos de puta.

-Dame.

Dariel sacó una daga que Igrin cogió sin dudar, y, tras unos segundos de otear, lanzó con seguridad. Un grito horrendo les llegó desde la lejanía, y pocos segundos después, tres caballos y dos de sus ocupantes se perfilaron correctamente en la vista de Dariel.

-Uno para ti y uno para mí,

-Lo que caiga es mío.

-Salvo una daga. Me la debes.

-Tuya será.

Bajaron del pescante con las armas a mano, listos para recibir a los bandoleros.

Por eso lo había aceptado, recordó el soldado. Porque no era humano

9

Este tocaba la semana pasada (...)

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-Ven aquí.

-¿Para qué?

-Porque sí; vamos.

-Ahora no; estoy ocupada.

-Mentira.

-Es cierto. Déjame en paz.

Nada que hacer. Insistir no valía la pena cuando ella se ponía así y, por lástima, era la mayor parte de las veces. En fin, tampoco es que sintiera tanta urgencia, pues sus deseos ya se habían visto satisfechos, aunque no entendía las respuestas a sus incógnitas.

Arti tenía la extraña costumbre (y aparente necesidad) de realizar montones de acciones inútiles durante sus encuentros sexuales: caricias, besos, palabras… muchos detalles aparentemente sin sentido que terminaron haciéndose comunes y casi necesarios. Igrin nunca los pedía (jamás se rebajaría a eso), pero los disfrutaba enormemente, y aprendió a responderle a ella de una forma similar para mantenerla contenta. En definitiva, conseguían entenderse.

-¿Qué escribes ahora?

-Mi novela.

-¿La mía?

-Esa no la escribo estando tú despierto, o verías donde la guardo.

-¿Y qué problema habría?

-Da mala suerte.

-Bah.

Después de la primera noche Arti se había puesto a escribir como loca, como si le fuera la vida en ello. En apenas un par de días en los que su amante se había ocupado de la casa y de ella como si fuera su padre había avanzado mucho con su novela, había empezado una nueva y se pasaba el tiempo muerto apuntando ideas que no quería olvidar. Estaba totalmente desquiciada, pero contenta. Él no entendía eso.

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

-Hoy va a llover.

-¿Cómo lo sabes?

-Ni idea, pero va a llover.

Arti se incorporó un poco, cubriéndose con la raída manta. Miró hacia la puerta trasera, por donde Igrin estaba asomado. El cabello le había crecido en el último tiempo, y una rala barba cubría su rostro. Su espalda desnuda se mostraba ligeramente corvada, y Arti supo que la esperaba una desagradable noticia.

-Me voy.

-¿Adónde?

-A mi casa.

-¿Cuándo?

-Cuando me vista.

La rubia se levantó y, bajando las escaleras de la buhardilla, comenzó a subir sin molestarse en coger su ropa. Bajó al cabo de unos minutos y comprobó que Igrin no se había movido del sitio.

-¿Podrás hacerme un favor?

-¿Qué? –Al fin el chico se giró.

-¿Podrías llevarle esto a un amigo? Es… el manuscrito de mi última novela.

-Sí que tienes cojones para pedirme eso.

-Estará en la puerta Este de la ciudad, en la garita de los guardias. A cambio, pídele que te lleve.

-Y encima pasa de mí, la muy puta.

-Ahora vete.

Igrin gruñó, pero se vistió en silencio, con ropas nuevas que la chica había conseguido para él en algún sitio.

-Háblame de la novela.

-No.

-Salgo en ella, tengo derecho a saberlo.

-Es posible.

Nuevo silencio. Igrin recogió su capa, se calzó las botas y se levantó para atrapar al vuelo el rollo que justo en ese momento Arti le lanzó.


-Te diré una sola cosa –La mujer cruzó los brazos delante del pecho:- se va a llamar “El Último Suspiro”.

-¿Por qué?

-Eso te lo imaginarás por tu cuenta.

Igrin salió de la casa sin volver a dirigirle la palabra. Arti se dio la vuelta en cuanto la puerta se abrió y comenzó a buscar su propia ropa. Las palabras de despedida no se ajustaban a su carácter.

Una hora más tarde llovía a cántaros en la ciudad.

lunes, 1 de noviembre de 2010

8

Quinto día juntos. Todo había transcurrido con normalidad entre los dos, sin grandes novedades salvo dos o tres minucias.

No tuvieron su conversación sobre el sexo con su acostumbrada pregunta. Arti no volvió a señalar sus escritos como su fuente de placer.

Mientras el castaño esperaba en la parte baja de la casa procurando ordenar un poco (tarea aburrida dadas las escasas pertenencias de la dueña), la rubia se atusaba un poco más el cabello. Las pocas gallinas que había en la casa picoteaban alegremente por el patio, cacareando de cuando en cuando. El sol lucía radiante aquella mañana.

-No entiendo tu empeño -recriminó Igrin, resignado a evitar que los animales entraran en la casa.

-¿Qué empeño? ¿He hecho algo malo? Creo que eres un quejica. -Replicó Arti.

-Que no tienes cabeza, idiota. Yo no debería salir así como así a la calle. Aún deben estar buscándome.

-Eso te pasa por ser ladrón, mentecato.

-Ya empezamos...

-¿Cómo que empezamos? Tengo razón: si no fueras un estúpido ladrón no tendría que cobijarte en mi casa ni yo que aguantar tus caprichitos.

-Te expondré los hechos por partes: uno, yo no soy ningún ladrón; dos, aunque lo fuera, nunca sería tan torpe y prueba de ello es que no me hayan encontrado aunque siga en la ciudad; tercero, no me has denunciado porque tú también saldrías perdiendo. Y te lo advierto: no vuelvas a llamarme estúpido.

El único ojo visible de Igrin parecía mostrar una peligrosa ira contenida, acompañada de una mandíbula tiesa de tanto apretar los dientes. Desde la falsa buhardilla ella lo observó y sonrió con picardía. Él se giró hacia ella y atrapó al vuelo el peine de madera que la chica le arrojó. Gruñó secamente mientras estiraba las mangas raídas de su vieja camisa.

-¿Y ahora?

-Espera un momento, agonías.

La observó bajar, lenta y torpemente debido a la larga falda que llevaba puesta, vislumbrando de cuando en cuando retazos de la piel morena de sus piernas. Suspiró pesadamente mientras pensaba, para sus adentros, que aquella mujer era bastante bonita a pesar de todo.

-Venga, vámonos.

-¿Y porqué tengo que ir yo?

-Porque nunca sales conmigo y tengo que estudiarte.

-Estás loca.

-Gracias, lo sé.

Salieron de la casa.

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

La plaza estaba a rebosar de gente, toda muy variopinta: hombres, mujeres, niños correteando, ancianos, algunos guardias, los comerciantes, un grupo de malabaristas y un juglar en una zona apartada y rodeado por una multitud, cantando las hazañas de un héroe local. Los distintos puestos y tenderetes del día de mercado estaban colocados en corro y las personas aglomeradas a su alrededor bloqueaban más el paso que las mercancías en sí. El bullicio reinante era ensordecedor para cualquiera que no estuviera ya acostumbrado.

Ese era el caso de Igrin.

Con Arti colgada de su brazo, arrastrándolo de un lado a otro mientras iba gastando dinero y llenando la cesta donde llevaban sus compras, recorría Igrin la plaza. Todo aquel ambiente, aquella jovialidad, chocaba mucho con su forma de ser, pero esperaba pasar la prueba de la chica para obtener su premio final. Pretendía ignorar las miradas que ella le dirigía "disimuladamente" para dedicarse a vigilar que nadie los asaltara aprovechando el barullo, pero no podía.

Tenía un mal presentimiento.

-A ver, tenemos zanahorias, pimientos, puerro, cereales... ¿Qué opinas de comprar un cochinillo? Creo que con el dinero que tengo me llega para pagarlo, y luego no sería tan difícil alimentarlo...

-El pescado es más barato.

-Bueno, si quieres compramos, pero entonces tendríamos que comprar algo más para poder prepararlo, ¿sabes? Pero en fin, si a ti te apetece...

Con un poco de torpeza se abrieron paso hacia la lonja, cercana al puerto, para poder comprar los productos marinos que deseaban. La calle que seguían estaba casi tan abarrotada como la plaza, y según avanzaban comenzaron a oír algunos gritos y voces estridentes. El sexto sentido de Igrin se disparó.

-Ten cuidado, Ar...

-¡Al ladrón! ¡Ha apuñalado a un hombre!

-¡Se ha llevado mis compras!

-¡Mi collar!

Ellos se habían detenido y las voces sonaban cada vez más cerca. De pronto, alguien empujó a Arti, derribándola en el suelo. Las verduras volaron por los aires antes de caer desparramadas por el suelo.

-¡Arti!

-¡Mi dinero! ¡Todo mi dinero! -Arti miró a su alrededor mientras se incorporaba.- ¡Se lo han llevado!

Igrin se puso en pie de un salto, ignorándola completamente. Olisqueó el aire un momento antes de echar a correr.

-¡Pero qué haces, idiota! ¡No me dejes aquí tirada!

Igrin ya estaba lejos.

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

-Lo alcancé casi a la salida de la plaza. El hijo de puta corría como si le hubieran metido un ají por...

-Sí, no hace falta que seas tan explícito. Sigue.

-Lo tuve que tirar al suelo de golpe, no me di cuenta de que le había dislocado el hombro, pero tampoco creo que me lo vayan a tener en cuenta, ¿no? No sé qué era el tipo ese, pero no tenía cara de humano, y encima iba cargado con un montón de cosas... En fin, le rompí el brazo en el que llevaba la daga esa, se la quité y recuperé tu dinero.

-¿Y por qué tuviste que dejarme tirada para ir tras él?

-No lo hubiera alcanzado si no.

-Fuiste un desconsiderado.

-Y quería pescado.

-Eres terrible.

-Gracias, lo sé.

Cogió el plato de sopa de pescado que Arti le tendía y la probó. La chica, mientras, se servía a sí misma.

-¿Por qué no me acompañaste luego a comprar el pescado?

-Estaba cansado.

-Eres un caso.

-Gracias, ya lo...

Bofetada. La mano de la rubia se estrelló con fuerza contra su cara y él la miró con rabia mientras apretaba con fuerza su muñeca.

-¿Quién te has creído que eres?

-La que te está dando de comer.

Igrin imprimió más fuerza en su agarre, pero ella se esforzó en mantenerse impasible.

-Te lo merecías.


-Vas a ver lo que te mereces tú.

La acercó más hacia sí, forzando un beso. Ella arrojó sin querer su cuenco de sopa para abrazarlo mientras respondía.

-¿Aprobé?

-Sí. Calla.

lunes, 25 de octubre de 2010

7

A su alrededor persistía aquel olor a muerte, a podredumbre, a metal... Pero aún todas estas cosas desagradables los excitaban a ambos.

Una mano en su cara...

Se acercaban lentamente el uno al otro, aspirando todos aquellos vapores fatales sin prestarles atención ni tan siquiera recordarlos.

Unos labios en su cuello...

Su pieles rozándose, deseosas de probarse mutuamente, aumentaban la tensión entre los dos.

-Ya basta, Igrin.

-No es justo, Arti. ¿Es que no vas a hacerme caso nunca?

-Eso es un premio para mis musas; tú no entras en esa categoría.

-¿Y no preferirías pasar un buen rato? ¿Entrar en calor?

-Ya estoy pasando un buen rato y me basto yo sola para quitarme el frío.

-Sí, claro.

El semibestia bufó con hastío mientras la prostituta seguía con su trabajo: escribir su novela. Era su tercer día juntos y aproximadamente el vigésimo intento de Igrin de tener sexo con ella, siempre con el mismo final.

-¿Se puede saber a qué viene tanta fijación conmigo? -Indagó Arti por tercera vez en esos días.

-¿Qué más da? -El tuerto se encogió de hombros y comenzó a bajar la escalera de mano.- Hay ganas.

Arti suspiró y se dispuso a seguir con su escrito. Igrin, desde el patio, pudo sentirlo.

Desde aquel incidente tres días atrás no había podido sacarse de la cabeza lo que había visto, lo extraño que le había parecido. Era... era... insensato, inexplicable, anormal, atípico. Y él era demasiado curioso, una cualidad que rara vez podía satisfacer. Pero no se iba a rendir, su orgullo y su obstinación naturales se lo impedían.

En el cielo lucía un sol tenue. En aquel lugar los inviernos eran suaves y agradables.

-¿Igrin? -Arti lo llamaba.- ¿Te importa matar una de las gallinas y desplumarla? La de las plumas blancas.

Apretó los dientes mientras entraba a por un cuchillo. Era tan... deprimente; no poder seguir sus instintos... Degolló a la gallina sin preocuparse por las manchas de sangre y reprimió el impulso de lamer la mano manchada.

-¿Qué quieres hacer con ella?

-Caldo. Y la carne hay que hervirla. Aunque sea dura, igual se puede comer.

-Vale.

Ella no se movía de donde estaba para hablarle, darle órdenes. En eso le recordaba un poco a ella. Y a ella la deseaba. Y la relación lo hacía desear aún más a Arti.

Se tapó la cara y cogió un cubo: tendría que ir al pozo a por agua.

En un movimiento reflejo, en el último segundo, se giró y cogió de la pechera a la figura que se lanzó sobre él, listo para golpearla con la otra mano.

-Ay. Joder, como suena el cubo.

-Lo solté sin darme cuenta.

-Eres un salvaje.

-Vale. ¿Y qué quieres, niñata suicida?

-¿Tanto amor y luego me insultas?

-He preguntado.

Arti sonrió, con los pies colgando en el aire. El cubo ya había parado de rodar por el suelo, y el único ojo de Igrin la observaba un tanto molesto, a la vez que inquisitivo.

-Me lo he estado pensando... Y voy a darte una oportunidad. Eres el único hombre al que he visto de día, así que quizá por eso no me atraigas como otros, pero todos nos merecemos alguna oportunidad, aunque sea dando inspiración a una artista.

-A una puta que escribe sobre sexo.

-Mira que eres burdo y vulgar. -Igrin la dejó en el suelo y Arti sacudió su ropa.- ¿No ibas a por agua? Venga, recoge ese cubo y nos vamos.

domingo, 17 de octubre de 2010

6

A toda prisa. Corriendo como si le fuera la vida en ello. Iba realmente rápido.

Estaba oscuro, silencioso. En una ciudad portuaria el mar hacía que el cielo se viera especialmente bonito por la noche. Normalmente le hubiera encantado pararse a mirarlo, pero ya había perdido bastante tiempo el resto del día como para perder la calma que la oscuridad otorgaba. De todos modos se la tenía jurada al impertinente gairako y a todos los de su especie, los "puros". Nada más que estupideces.

Vio una zona de casas, con un pequeño huerto como jardín trasero algunas de ellas. Eran pequeñas, habitadas por una o dos personas todas ellas, tres a lo sumo. Eligió una al azar y entró por la puerta de atrás, la del criadero.

A su derecha había un montón de paja apilado con unas mantas encima (¿una cama?), a la izquierda un rincón de tierra con una cocina de piedra, con sus leños apilados en el hueco y su chimenea sucia. Al fondo veía la puerta de entrada y un ventanuco, aparte de algunos sacos amontonados en la esquina (sillones o provisiones). Todo estaba sumido en penumbra.

Cerró la puerta y comenzó a pasearse por la estancia, en silencio. Daba algunos golpes a las tablas de madera de cuando en cuando intentando encontrar un hueco para ocultarse antes de que el anfitrión llegara, pero no había suerte.

Malditas lunas.

-E... U... Mi...

Voces, lejanas y no muy claras, pero voces al fin y al cabo. Las oía acercarse, una femenina y otra masculina. ¡Poco tiempo!, eso quería decir. Oteó el techo, desesperado, y encontró su salvación: una escalera a una buhardilla bien camuflada.

Cuando la puerta se abrió él estaba contemplando el escritorio de madera que había en la parte de arriba, con algunos pergaminos extendidos, otros enrollados, y algunos botes de tinta con sus plumas. Pero las risas llamaron más su atención.

-Estás loca, Arti.

-No estoy loca, cielo. Soy una artista y necesito inspiración.

-Más bien eres una puta y necesitas dinero.

-También. Pero también me gusta el placer.

La curiosidad lo invadió. Había una voz femenina y otra masculina que entraban, pero, ¿cómo asomarse sin ser visto? Entonces fue cuando se fijó en que, perpendicular al pilar maestro de la casa, había una viga que la sostenía de lado a lado y a la que podría saltar sin problema. El hecho de que no pudiera soportar su peso no era una preocupación, ni siquiera se lo planteaba. Se trasladó con movimientos fluidos, sin hacer ruido, y se acomodó como un felino sobre la viga.

Lo único que vio del tipo fue que tenía una corta cabellera morena, pues cuando miró ya estaba sobre la mujer, besándola apasionadamente. Ella agitaba sus dorados cabellos y movía las manos, desvistiéndolos a ambos. En poco tiempo estuvieron tendidos en el camastro de paja, disfrutándose el uno al otro.

La curiosidad aumentaba al verlos, a la par que el desconcierto. No entendía esos movimientos suaves, las caricias, los susurros cariñosos a la vez que pasionales. No entendía por qué esos dos eran tan amables mientras yacían juntos. Eso era algo que él jamás había hecho.

Se quedó toda la noche observando como espectador oculto, fascinado.

Aún no amanecía cuando el hombre se vistió, dejando a la pobre adormilada en la cama, tirando un par de monedas a su lado. Igrin también estaba somnoliento ya, así que cerró un momento los ojos mientras se estiraba cuidadosamente para no caerse. Cuando los volvió a abrir había luz, y alguien gritaba de forma estridente, a todo pulmón:

-¡LADRÓN!

domingo, 10 de octubre de 2010

5

En el centro del cubil había un poste de madera al que los marineros encadenaron a Igrin. Así lo encontró Baryl, tendido en el suelo, con la cabeza gacha y las piernas estiradas.

Cerró la puerta y se sentó en una esquina, apartado. Esperó a que comenzara a hablar.

-¿En cuánto rato llegamos? –Dijo al fin UnOjo.

-Aún faltan algunas horas, aunque no muchas. –Respondió MedioPie.

Silencio.

-¿A qué has venido?

-Quería saber.

-Recuerda nuestra apuesta. Hay cosas que no puedes preguntar.

-Pues ya me dirás tú. Seguro que son una mínima parte de lo que quiero saber...

-Deja de perder el tiempo y habla.

-¿Qué le pasó al viejo?

-Gairako.

Se hizo otro silencio, más corto que el anterior. Igrin se humedeció los labios para hablar.

-El gairako no es un simple demonio de agua, es un ippai. Tiene más facilidad para fundirse con quien lo llama que con ninguna otra cosa, y descontrola lo que posee. Como el agua.

-¿Quieres decir que Meuts lo atrajo? –Indagó Baryl asombrado.

-Inconscientemente. Odia a tu hermana y a tu sobrina, es supersticioso. Quizá, en el fondo, deseaba que pasara algo en el barco que provocara su muerte. Eso atrajo al gairako.

-¿Entonces es a ellas a las que llamó “nagas”? –Igrin asintió.

-Una forma corta de decirles “monstruos manipuladores y traicioneros”.

-Pero sigo sin entender... El gairako es un demonio... quiero decir, es un espíritu del agua. ¿No necesitaba volver?

-Sí, lo necesitaba. Cuando las matara se tiraría al agua para sobrevivir, matando a Meuts en el proceso. Y, a todo esto, ¿cómo está?

-Recuperándose. Mi hermana se encarga de las heridas...

-...que le hice, sí.

-¿Por qué, Igrin? Sabías que iba a pasar eso, pero no se lo dijiste a nadie. Y luego casi lo mataste. Y eres... Eres un monstruo, no eres humano. ¿Qué coño eres en realidad?

-Pregunta equivocada. Inténtalo de nuevo.

-¿Qué es eso que te llamó? “Éter”, o algo así.

-Tienes otra oportunidad.

-¿Y qué coño era esa gema que mencionó?

-Lo siento, fallaste.

El rubio apretó los puños, molesto por las burlas, pero al final se rindió.

-No entiendo nada...

-Ni tienes nada que entender. Hicimos una puesta, recuerda eso, y gané yo. Así que exijo mi pago, ¿entendido?

-Deja ya de molestarme con eso. –Al fin el cuñado del capitán se puso en pie para irse.- Solo dos cuestiones más.

-¿Primera?

-¿Por qué no nos dijiste nada?

-Quería darme el placer de matarlo. No tienes ni idea de lo agradable que es ver cómo se desangran, especialmente si les cortas la garganta. Es más placentero que beber agua teniendo sed.

Igrin hablaba con normalidad y hasta cierta emoción. Baryl reprimió las náuseas y un escalofrío.

-¿Segunda pregunta?

-¿Te dolió el ojo?

El rostro del semibestia se congeló en una sonrisa aparentemente tranquila.

-Sí.

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

Un par de hombres uniformados se acercaron hacia ellos. Darigan estaba hablando con su cliente mientras los empleados iban sacando los paquetes del barco. Un médico acababa de llegar para atender a Meuts.

-Buenos días, señores. –Los soldados saludaron, y los mercantes contestaron.- ¿Acaban de llegar a la ciudad?

-Sí, así es. –Darigan se puso serio.- ¿Hay algún problema?

-Nos llegaron hace poco noticias del Este. Al parecer había allí un nhyr salvaje que mató a un par de comerciantes cerca de Kath. ¿Vienen ustedes de allí?

-Lastimosamente, sí; así es. –El capitán palidecía por momentos

-El caso es que por allí no lo encuentran, lo que es extraño, y se teme que pueda haberse colado en algún barco. Han mandado mensajes a todos los puertos con los que tienen contacto, y de hecho algunas cuadrillas puede que partan en uno o dos días para continuar la cacería.

-Sagrada hacha de Issen... –El pelirrojo estaba muy nervioso y se pasaba las manos por el cabello constantemente.- Acompáñenme un momento, por favor –le dijo a los guardias, y luego se giró hacia el cliente.- Lamento este inconveniente, no tardaré.

-No se preocupe.

Subieron al barco. Los marineros seguían bajando cosas.

-Verán, señores –Darigan tragó saliva.- De hecho, creo que en mi barco está ése al que buscan.

Los dos guardias dieron un respingo.

-Pensaba ir a buscarlos pronto, pues lo descubrimos apenas anoche, pero el hecho es que hay un semibestia a bordo que se hizo pasar durante todo el viaje por un buen hombre. No pudo contenerse mucho y anoche intentó matar a un anciano y viejo amigo, pero logramos detenerlo a tiempo. Ahora está encerrado abajo, por si se lo quieren llevar.

-Bien, entonces...

-¡Capi...tán! –Baryl llegó corriendo desde abajo. Tenía varios arañazos, los más destacados en la mejilla y en el brazo. Un compañero lo ayudaba a mantenerse en pie.- ¡Se ha... ido! ¡Igrin se ha ido!

-¡Maldita sea!

-No se preocupe, lo buscaremos. Solo dénos la descripción del sujeto. –Se adelantó uno de los soldados.

-Bien. Tú, acompaña a mi cuñado a un lugar más tranquilo y luego ve y ayuda a buscar también. Yo me ocuparé de los señores.

El marinero asintió y se alejó, ayudando al maltrecho Baryl a caminar.

-Bien, ya está, puedes soltarme –gruñó el herido cuando ya estuvieron alejados del resto.

-Gracias por todo –respondió tranquilamente el otro, mientras desanudaba el pañuelo que se había puesto en la cabeza.

-Ahora lárgate o me retracto de lo que he hecho.

-Está bien, está bien. Lamento haber tenido que hacerte eso. –Señaló las heridas.

-Es lo de menos. Supongo que es tu forma de ser.

-No pienses eso. Aunque no lo creas, hablaba en serio cuando dije que éramos amigos.

Baryl miró a Igrin un momento, y éste sonrió.

-Hasta la vista, MedioPie.

-Ni se te ocurra volver, UnOjo.

El tuerto se marchó corriendo.

domingo, 3 de octubre de 2010

4

Mar en calma, viento a favor, sol radiante. Un pequeño grupo parloteaba en la cubierta, tomándose un descanso de sus tareas.

-¡Al fin! ¡Solo un día más! –Festejaba uno de los marineros jóvenes.

-Yo solo quiero llegar, que me den mi paga y volver... Extraño a mi mujer, no veas cómo -comentó otro.

-Pamplinas, idioteces. Las mujeres no traen nada bueno. -Meuts se mesó la rala barba que había comenzado a crecerle.- En su casa dan problemas y en los barcos traen desgracias.

-Viejo loco. -El más joven se rió.- Lo que a ti te pasa es que estás enfermo. Tu madre debió parirte de pie.

-¡A mí no me levantes la voz, mocoso de mierda! -El casado contempló, impávido, el golpe que le propinó el viejo al otro marino.- Aprende a usar la cabeza primero cuando vayas a decir algo.

-Tranquilizaos, muchachos, o me veré en la obligación de dejar a alguno encerrado abajo, y no nos gustaría eso, ¿verdad?

Darigan llegó acomodándose su sombrero sobre el rojizo cabello.

-Lo sentimos mucho, capitán -se disculparon los tres.- Son los nervios, ya sabe...

-Sí, lo sé. -El padre de Stella asintió de forma grave.- ¿Sigue sin avistarse nada?

-No lo sé, es UnOjo el que está vigilando ahora -explicó el joven.

-¡Os digo que no se ve nada, ni se verá! -respondió Igrin desde su puesto en lo alto del palo mayor.- Esa cosa no va a venir, sea lo que sea.

-Tú dedícate a vigilar, y la tarea de adivinar déjasela a los charlatanes de feria.

Todos rieron salvo el aludido, que se encogió de hombros y volvió a enfrascarse en su tarea. Baryl subió en ese momento desde el almacén.

-Está todo en orden, capi -le dijo a Darigan mientras se peinaba el cabello con los dedos.- De todos modos, bueno sería dejar a alguien esta noche vigilando. No querremos sorpresas para mañana.

-Estoy de acuerdo y me ofrezco voluntario. -Meuts dio un paso al frente.

-Me ahorraré los comentarios. -Todos se sorprendieron al ver junto a ellos a Igrin, que se estiraba con pereza. Luego señaló al joven.- A ti, Enano, te toca vigilar.

El joven asintió y presuroso ascendió hasta la cofa. Darigan volvió al timón, dejando a los demás en sus puestos, aunque al cabo del rato solo quedaron UnOjo y MedioPie, en silencio.

-Ey, esa pata de palo, ¿no te hace sentir nada extraño? -preguntó el primero a su amigo, señalando el apéndice de madera que usaba en la pierna.

-¿A qué te refieres?

-El monstruo. El posible gairako.

-Pues no. -Baryl rió ligeramente.- ¿Acaso debería?

-Debería. Todo lo que es alterado por el agua reacciona ante su presencia, ¿no lo sabías?

-Pues no, pero no me importa. Puede no ser un gairako, pero podría ser cualquier otra alimaña la que viniera. Hay que tener cuidado, es el hecho.

-Bah, no vendrá nada. De hecho, el viejo puede ser más peligroso que un ruido raro que haga el barco.

-¿Y qué podría tener un viejo misógino de peligroso? -El cojo se volvió a reír.- Creo que le temería más a un cangrejo que a él.

-Bien, entonces hagamos una apuesta. -El ojo verde del tuerto relució de forma extraña, al igual que su sonrisa.- Si pasa algo con el viejo antes de que lleguemos a puerto, me darás mi dinero cuando lleguemos y no nos volveremos a ver.

Debajo de la tela que le servía para parchear el ojo, Baryl notó un extraño destello azul, pero no duró lo suficiente para convencerlo. En cambio, sí le dio una idea.

-Si tengo razón yo, no recibirás nada ni te irás hasta que me muestres la cicatriz de tu ojo.

-Hecho.

Estrecharon las manos.

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

Pasos. No sabía si soñaba o estaba despierto. El brillo azul bajo el parche de Igrin, los rumores sobre el demonio de mar, la inminente llegada a puerto; tenía los nervios tan a flor de piel por tantos sucesos tan repentinos que le costaba conciliar el sueño. Y seguía oyendo pasos.

Se levantó con cuidado pensando que Igrin se ocuparía de lo que fuera ya que a él había pedido quedarse en cubierta esa noche, o quizá Meuts estaba dando un paseo desde la bodega, cansado de no hacer nada.

Sintió un fuerte dolor en la pierna de madera. Tuvo un presentimiento.

Cogió un candil, abandonó el camarote a todo correr y lo encendió. Subió la escalerilla hasta la cubierta. Vio a una bestia saltar desde el palo mayor sobre una masa informe que le recordó, en un primer momento, a una tortuga.

-¡Mierda puta! ¡Se ha despertado ese imbécil! -Gritó Igrin con voz gutural.

-¿Pero qué coño pasa aquí? -Baryl no salía de su estupor.- ¿Qué mierdas es esto?

-¡¡Maldito demonio!! -La masa gritaba, con la voz de Meuts, e intentaba atacar a esa cosa que hablaba como Igrin.- ¡¡Dámelas!! ¡Déjame ir!

Las lunas y las estrellas iluminaban el panorama. La lámpara era, de todos modos, un apoyo para ver mejor.

Su amigo, el de la apuesta, intentaba zafarse de las dos masas fusiformes en que se habían convertido los brazos del viejo Meuts. Apretaba la mandíbula, enseñando los dientes, y forcejeaba con los brazos para liberarse, pero no lo conseguía. Los ojos del viejo titilaban con un brillo amarillento, mientras que su lengua, ahora bífida, humedecía sus labios.

-Dámelas... Y te dejo ir. Somos parecidos, nos entendemos.

-Y una mierda parecidos. -Igrin devolvió el agarre a su oponente.- Tú eras una mierda de humano corriente. Ahora eres una mierda de demonio mediocre.

Sin salir de su asombro, sin mover un músculo, Baryl vio como los dedos del tuerto se enterraban en los tentáculos que lo apresaban, para luego desgarrarlos transformados en garras. Los dientes se transformaron en colmillos afilados, entre los cuales asomó la lengua. Parecía una bestia rabiosa.

-Y yo soy el demonio de mierda... Yo sigo una naturaleza, tú no eres nada.

-Yo la sigo a ella, que es más de lo que un ippai puede pedir.

Ippai era el término que usaban algunas personas para referirse a los espíritus malignos que se dedicaban a poseer personas, animales u objetos.

-Pero si tú no eres más que una mierda de Aether. ¿Qué vas a saber sobre criaturas reales?

-Jo... der...

Ambos se giraron de golpe hacia Baryl, reparando recién en ese momento en su presencia. El joven no sabía qué hacer, mientras en su cabeza la idea de que su amigo era una semibestia, una criatura despiadada con aspecto humanoide que se dedicaba a masacrar aldeas y caravanas, se iba asentando.

-¡Mátalo! -Gritó Meuts, lanzándose a por Baryl.- ¡Mátalo y llega hasta las nagas! ¡Malditos demonios de tierra!

-¡Son un par de humanas de mierda, no sirven para nada! -Igrin se lanzó hacia Meuts como un tigre, derribándolo en el suelo.

Baryl apenas retrocedió y se cubrió con los brazos, viéndolos caer a unos pasos de él. Meuts daba fuertes latigazos a Igrin, produciéndole quemaduras con la sustancia amarilla que exudaban sus extremidades. El otro no se amedrentaba, de todos modos, arañando y golpeando con fuerza salvaje, sin fijarse en nada más. Sus garras desgarraban piel y escamas por igual, mientras lamía la sangre que manaba de un corte en el labio y la que le salpicaba de su víctima. Ignoró el momento en que el espíritu abandonó el cuerpo y siguió golpeando despiadadamente, poseído.

-¡Está muerto, Igrin! ¡El viejo ya está muerto! -Le gritó Baryl.

-Está vivo... -La voz volvía a sonar normal, pero distinta. Ahora era tranquila, relajada, burlona. Era la voz que oyó Mirna antes de morir.

-Joder, tuerto, no hagas idioteces... -Retrocedió, asustado.

-Silencio. -Aún hablando no cambiaba, seguía golpeando. Atravesó el hombro derecho de Meuts varias veces con las garras, y luego el izquierdo. Su ropa era ahora de color rojo sangre.

-Igrin, por favor...

-¡¡Papá!!

El semibestia se detuvo. Su mano estaba a pocos centímetros de la garganta de Meuts. El charco de sangre llegaba hasta Baryl. Stella estaba de pie, junto a la puerta que llevaba a los camarotes, con la cara deformada por el horror.

El tío se giró hacia la niña, aterrado. Luego se giró hacia el tuerto. Fue el único en percibir el brillo azul que atravesaba la tela que servía como parche para el ojo ciego. Igrin gritó.

-¡Stella, vuelve abajo y dile a tu madre que suba! ¡Vosotros, coged a esa escoria y encadenadlo abajo, que no se mueva! Y tú, Baryl, vas a contarme qué ha pasado... cuando logremos curar al viejo.

La voz de Darigan era un eco sordo en los oídos de los dos amigos. Mientras los demás marineros recogían a Igrin y lo levantaban del suelo, los dos se miraron un momento.

-He ganado -le recordó el tuerto en un susurro.

-Has ganado -admitió el cojo de igual modo.

lunes, 27 de septiembre de 2010

3

-Eh, señor UnOjo, ¿le importaría atar bien ese cabo?

-Como ordene, señor MedioPie.

-¡Eh, Bicho! ¡Te dije que engrasaras esas bisagras! ¡Las oigo chirriar desde la cofa!

-¡Sí, señor! ¡Perdón, señor!

-¿Y la comida?

-Ya casi está, no grite tanto, viejo. Que luego tendrá que decir alguna cosa importante y andará afónico de soltar tanta mierda.

-Jejeje...

-¿Que acaso los imbéciles estos no saben que esa vieja nos va a traer mala suerte? ¡Mala suerte, digo!

-Ya, ya. ¡Supersticioso! Menudo paleto estás hecho, creyendo esos cuentos de viejas...

-Sí, claro. Vamos a ver quién es el...

-¡¡Todos a comer ahora mismo, y luego me dejáis descansar tranquila!!

Se hizo el silencio en el barco durante unos segundos, hasta que todos los hombres estallaron en carcajadas. Una chiquilla de unos diez años y una mujer adulta, cercana ya a la fecha de alumbramiento, subieron desde la cocina con cuencos de guiso para los marineros. Aunque no todos pudieron acercarse en ese momento para recoger su porción, por toda la cubierta se oyeron los gritos de agradecimiento por el tentempié, haciendo que la mujer sonriera orgullosa. Luego, con aire burlón y haciendo ademanes como si fuera una gran señora noble, se retiró a su camarote a descansar, dejando a la chiquilla a cargo de lo demás.

-Venga, MedioPie. No me apetece estar de pie todo el día sujetando un plato -dijo de forma altanera al hombre que hacía de vigía.

-Eres una maleducada, Stella. ¿Quién te ha enseñado a hablar así de descaradamente? -comentó el aludido con una sonrisa, en tono de broma claramente.

-Mi tío Baryl -contestó la niña, alzando la barbilla en un gesto todavía más altivo.

El hombre no pudo resistir más y la estrechó en un cariñoso abrazo, mientras todos los demás reían. Antes de dejarla ir, tras coger su potaje, le revolvió los rubios cabellos, iguales a los suyos y a los de su hermana, la madre de la niña.

-Que no se entere luego tu madre de todo esto, o se enfadará conmigo y con tu padre.

-Síiiiii.

La chica se fue mientras los hombres que habían terminado de comer le entregaban sus cuencos vacíos y volvían a lo que hubieran estado haciendo. Baryl se quedó mirando hacia la puerta por la que desapareció la chiquilla con una mal disimulada sonrisa.

-La adoras -sentenció categóricamente el apodado "UnOjo".

-Porque tú lo di...

-¿Qué opináis, chicos?

-Que se vuelve loquito por esa cría -gritó el que ahora ocupaba el puesto de vigía.

-Que, como buen hermano pequeño, adora a su sobrina. Pero que no se olvide de que es mi hija -apuntó también el capitán.

-Darigan, por favor... -Baryl se sonrojó, haciendo que todos menos el que lo había provocado soltaran risitas quedas.- Es vergonzoso.

-¿Por qué es vergonzoso? -UnOjo volvió a la carga.- Total, en cinco años más podrías...

-Ni hablar, eso jamás. En todo caso le buscaré marido, pero yo... No, no, nunca. No podría.

-No hay leyes contra eso -argumentó Darigan, masajeando su mentón.

-Pero yo no me sentiría cómodo.

-Vale, vale. Tregua. -El hombre alzó las manos con las palmas hacia afuera, exhortando a todos a guardar calma, y luego recogió los platos vacíos.- Los voy a dejar con lo demás y vuelvo.

-Gracias, chico. -El cuñado del capitán se puso en pie y se estiró, con pereza.- Yo iré a echar un vistazo a las cartas y luego a echar un sueñecito, si el capi me deja... -Baryl miró en dirección a Darigan y este asintió con la cabeza.- ¿Te encargas tú del timón, Meuts?

-Ahora voy -el más anciano de los tripulantes se encaminó con paso firme hacia el timón mientras murmuraba imprecaciones contra la niña y la mujer del capitán.

-Menudo humor... -El encargado de llevarse los platos suspiró, sacudió la cabeza y bufó de forma imperceptible para los otros.- Bueno, ya os veo más tarde.

-¡Eh, espera un momento, Igrin! -El joven tío lo detuvo un momento, agarrándolo por el hombro para llamar su atención.- ¿De verdad no te importa que te llame "UnOjo"?

-¿Y a ti te importa que yo te llame "MedioPie"? -Replicó el aludido.

-Tienes razón. Perdona mi cabezonería.

-No te preocupes. Estamos entre amigos, ¿no?

domingo, 19 de septiembre de 2010

2

Apretó su cadera con las rodillas fuertemente, sin tenerla en consideración. Ella exhaló un suspiro, casi un gemido ahogado, y sintió cómo él la llenaba, desbordándola. Se dejó caer al fin hacia atrás, respirando agitadamente, mientras lo veía apartarse de su lado y comenzar a vestirse. Aquel hombre... Aquel hombre sobrepasaba todas las ideas que su mente había llegado a concebir.

Llevaban ya una semana de viaje, esto es, nueve días en su calendario. Los tres primeros le habían servido a Igrin para recuperarse al fin de sus heridas, conseguir "algo" para tapar su ojo falso y seducir a Mirna. A partir del sexto había empezado a disfrutar de su compañía, su lecho y su cuerpo cada noche y cada mañana, sabiéndose el primero en poseerla, aprovechando todas las horas de sueño de su padre. No sabía qué pensaba la muchacha sobre todo aquello ni le interesaba; consideraba que, ya que no podía hacer nada más para divertirse, la chica tenía el deber de complacerlo hasta que cesase de necesitar su compañía. Y solo quedaba un día ya.

Igrin estaba terminando de ajustarse la camisa cuando el padre de Mirna se acercó al lugar donde estaban. Pudo olerlo antes de que el hombre se percatara de su presencia, así que le dio tiempo a cubrir a la jovencita y ocultarse bajo el carromato. Y tomó el papel de un espectador.

El hombre adusto, de calva cabeza y blanco mostacho se acercó a grandes zancadas a su hija, que dormía en el interior del carromato para "vigilar al herido", y la golpeó sin miramientos con la varilla que usaba para fustigar a los caballos.

-¡Ay!

-Levántate y vístete, zorra. Tienes que ayudarme a arreglar las cosas.

-Pero, padre...

-Que te levantes -Otro golpe.- Tenemos que llegar hoy de una maldita vez para deshacernos de tu amiguito. Hay que entregárselo a la guardia.

-¿¡Cómo puede hablar tan mal de Igrin, padre!? ¡Vos mismo lo dijisteis! "Esa bestia lo atacó, ha estado a punto de matarlo".

-Hablo con conciencia, no como tú, que piensas en una sola cosa. Desvergonzada. -Otro golpe. Mirna se levantó y comenzó a vestirse.- Ese muchacho tenía sangre entre las uñas, demasiada para tratarse de una casualidad. Me pregunto si no es él el verdadero monstruo... -Un golpe más, con mayor fuerza que las veces anteriores.- ¿Y qué hacías tú durmiendo así?

-Tenía calor...

-¡Y una mierda "calor"! ¡Eres como una perra en celo! No quiero ni pensar... ¡Y termina de vestirte de una vez!

-Sí, padre.

Y Mirna obedeció, sin replicar más, sin cuestionar, sin pensar, sin escuchar. Se limitaba a percibir las órdenes y acatarlas. Y percibió una risa de fondo, pero no le dio importancia.

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

La hora de comer se acercaba cuando al fin divisaron las puertas de la ciudad. La chica iba en el interior del carro, cubierta del sol por la lona, ocupándose de mantener todo en su sitio. Igrin acompañaba al padre en el pescante. La conversación entre ellos era nula, pero el silencio no era incómodo, al menos para el joven.

-Deberíamos parar a comer antes de llegar a Kath. -Comentó con tranquilidad.- Una vez estemos dentro será imposible que os acomodéis apropiadamente, teniendo que poner todo para la venta...

-Sí, sí. Tienes razón. Pararemos un rato al borde del camino para que mi hija cocine algo y luego iremos. -Tirando de las riendas y gritando un par de órdenes, los animales se salieron del camino, alejándose un tanto de la vía en busca de un lugar cómodo para descansar.

Al cabo de unos minutos ya habían parado y los animales estaban atados a un árbol cercano, pero liberados de su carga. Fue a ellos a quienes Mirna atendió primero, dejando aún a su padre y a su amante solos unos instantes.

-¿Qué harás cuando lleguemos?

-Compraré provisiones y seguiré mi camino hacia el Oeste, de vuelta a casa.

-¿Quién te espera? ¿Tus padres, tu esposa?

-Algo mejor que eso...

Más silencio. Mirna les dedicaba algunas palabras a los caballos.

-¿Te has aprovechado de mi hija?

-No.

-Te has acostado con ella.

-Sí.

-Eres hombre muerto.

El acero brilló en una corta extensión, la de la daga que el padre portaba y que sacó en un segundo. Igrin, sentado en el suelo, apenas le dirigió una mirada desganada, aburrida, como si todo aquello no tuviera nada que ver con él. Lo enfureció.

-¡Hijo de perra!

-¡Padre!

Y entonces Igrin se levantó. La daga se dirigía hacia su estómago a una velocidad de vértigo, y detrás del padre la hija chillaba aterrada, corriendo hacia él, intentando detenerlo. El chico de cabello castaño sonrió de forma casual y se relamió. Lanzó su mano.

La daga cayó al suelo a la vez que Mirna, espantada, salpicado de sangre su rostro. Una mano (¿o una garra?) sobresalía por la espalda de su padre, tintada de rojo. La sangre que el anciano vomitó también salpicó a su asesino, que simplemente se relamió los labios.

-I... grin...

-Tenemos que despedirnos, Mirna. Yo tengo que llegar a Kath para seguir mi camino, y tú no vienes conmigo.

-Pero tú... tú... ¿Es que no me amas? Juntos... ¿No vamos a estar juntos?

-Qué imbécil eres, maldita puta. -Igrin la puso en pie tirando de su cabello, sin oír los quejidos de dolor y las frases incoherentes que ella pronunciaba.- Vamos a despedirnos como es debido...

La arrastró hasta el árbol donde estaban los caballos, que se encabritaron al oler la sangre. El chico decidió librarse de esa molestia cortando las cuerdas de un solo mordisco, dejando que huyeran. A ella la estampó contra el tronco y la sujetó con una sola mano, del cuello, mientras la observaba.

-¿Por qué...? -Mirna tosió, intentando recuperar el aliento para formular su pregunta.- Yo te quiero...

-No me quieres. Ni siquiera me conoces. -Rompió su falda sin miramientos, y luego rasgó sus calzas.

-Quiero... estar... contigo... -Sintió que su garganta era apretada con más fuerza, asfixiándola.- Por... favor...

Igrin hizo lo más práctico que se le ocurrió para no oírla: besarla. A diferencia del primer beso que había recibido de él, dulce y tierno para conquistarla, este era forzado, bruto, descuidado. Sintió incluso cómo él mordía su lengua con el único fin de hacerla sangrar, hacerla sentir dolor, y disfrutar él con ambos resultados. Y aún continuó así durante un buen rato más. Por más que quería gritar no podía, pues él aprisionaba su boca y su garganta. Sentía la sangre de algunos cortes en su vientre, en sus brazos, en sus piernas, en su cara... Sentía las caricias duras y crueles dañándola y excitándola al mismo tiempo. Sintió el sudor correr por su cuerpo, acompañando a las lágrimas que caían por su cara. Gimió por doble causa cuando él entró en ella, ahogándose por la presión y la sangre agolpadas en su garganta.

Al cabo de un rato él se marchó, con una bolsa de oro en su bolsillo, una daga en su bota y manchas de sangre en la ropa. En el suelo, en un lugar apartado y olvidado del camino hacia Kath, un padre y su hija murieron desangrados. Él con el estómago atravesado, intestinos cortados, venas vacías de tanto sangrar. Ella malherida, cubierta en sangre, sudor y lágrimas... y quizá algo más.

sábado, 11 de septiembre de 2010

1

Cuando despertó el cielo estaba teñido de un color violáceo, símbolo inequívoco de que anochecía. Se sentía débil, cansado, mareado. Palpó su cara y su cuello en busca de las heridas y las localizó al sentir la costra de sangre seca. Aún había manchas por el resto de su piel y de su ropa, notó también. Tendría que limpiarlo antes de presentarse ante Ishnaia.

-¿Ya estás despierto? No, no te levantes todavía. Voy a traerte una infusión; tú te la bebes y luego duermes un poco más.

-¿Quién...?

-Mirna. Pero no te preocupes por eso ahora; descansa.

Igrin miró a la mujer alejarse con paso apresurado y sólo entonces se fijó en dónde estaba. El escenario de fondo ya no era el templo de Narae, sus acompañantes no eran ya el cadáver de un monstruo amaestrado y el de su hermano, su cobija no era el frío aire matutino. Alguien debía haberlo recogido, lo habría encontrado con los cadáveres y habría decidido rescatarlo... Pero no habían tratado sus heridas aún. ¿Por qué? Y Angren...

Se llevó la mano al lugar donde antes tuviera el ojo derecho y se dio cuenta, extrañado, de que no lo había abierto. ¿Sería posible que nadie hubiera visto la joya? No notaba que hubieran tratado tampoco aquella parte de su cuerpo, y sí sentía la dureza de la gema, por tanto... por tanto, podría aprovecharse de aquellos imbéciles.

La tal Mirna se demoraba, notó, y se incorporó ligeramente del lecho de paja donde lo habían dejado para otear en busca de ella, aunque no sabía cómo iba a ser capaz de reconocerla. Cuando había notado que alguien le hablaba sólo había notado una piel morena y unos labios gruesos y cargados de pintura. Tenía que averiguar cuánta gente más había con ella, porque una mujer jamás viajaría sola, y sonsacarle hacia dónde se dirigía para calcular cuándo podría volver a ver a su Maestra...

-Aquí está. –Mirna volvía con un cuenco de barro en las manos. Tenía el cabello largo y negro, ondulado, y unos senos turgentes.

-Gracias, Mirna.

-¿Y tú cómo te llamas? –Por la voz y su actitud, Igrin calculó que la mujer tendría unos veinticuatro años...

-Igrin.

-Es un nombre bonito. –Muy infantil. ¿Quizá veinte?

-Me lo puso mi madre, creo.

-Ah...

La mujer, definitivamente, no tenía muchas luces, pero era bonita. Sin lugar a dudas Ishnaia era un caso único... Pero al menos a ésta le podría sonsacar cosas más fácilmente

-¿Dónde...?

-Cerca del santuario de Narae, hace dos días. –No lo dijo, pero odiaba no poder acabar de formular una pregunta.

-Vaya... ¿Y los que estaban conmigo? ¿Qué ha pasado?

-Murió desangrado. La mantícora debió cortarle la garganta -relató la chica. Seguidamente, se llevó una mano a la boca en un gesto de sobresalto y luego bajó la vista, avergonzada.- ¿Era familiar tuyo? Es que he hablado sin pensar, y...

-Era mi hermano –cortó él de una vez, tomándose una pequeña venganza personal.

-Cuanto lo lamento, yo...

-No te preocupes, son cosas que pasan. ¿Y a dónde vas?

-Viajo con mi padre, en realidad. –Al fin la chica sonrió. Como pensaba, la pena era mecánica, lo que le habían enseñado que debía sentir en tal situación.- Vamos a Kath. ¿Sabes donde es?

-Al norte –respondió Igrin con desgana.

Mirna asintió y, sin decir más, le tendió la taza, instándolo a beber. Igrin obedeció mientras la escuchaba.

-Papá trabaja como mercader, así que estamos casi todo el año viajando, aprovechando principalmente las ferias. Mi madre murió el año pasado y yo soy hija única, así que sólo estamos nosotros dos. Pero un muchacho me ha estado cortejando desde hace dos veranos, y he pensado que, si padre accede a que me case con él, la familia crecerá y también el negocio, ¿sabes?

-Entiendo...

-¿Ya has acabado? Vale, ahora tienes que dormir. Mañana por la mañana, cuando volvamos al camino, te despertaré para que puedas acomodarte en la carreta, si es que te encuentras bien.

Mirna hablaba despreocupadamente, sin parar apenas, y seguramente sin pensar en lo que decía. Igrin no podía sentirse más asqueado, pero le sonrió con la sonrisa más agradable que pudo cuando le devolvió el pote. Y la chiquilla lo quedó mirando fijamente, sonrojada y con la respiración alterada.

-Buenas noches, Mirna.

Qué fantástico y qué sencillo. Aquellos mentecatos le ahorrarían tiempo de viaje y dinero, aunque tuviera que acomodarse y actuar como un humano corriente durante algunos días. Pero valdría la pena. Estaría con Ishnaia antes de lo que antes había calculado.

Y aquella chiquilla no debía tener más de diecisiete. Sería una buena entretención.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Prólogo

Prólogo de EUS, El Último Suspiro, la historia original de Igrin (a medias). Corregido y resubido para recuperar lectores y, quizá, ganarlos.

Intentaré poner un capítulo a la semana, pero no prometo nada.

******

Las cicatrices provocadas por las garras sangraban profusamente. Su cuello, su mejilla, su frente y el lugar donde antes tuviera el ojo derecho eran las fuentes de esta sangría. El manto de líquido rojo escurría por su piel, tibio, pegajoso, con un característico olor metálico que sus compañeros tardarían en olvidar. Pero no era lo que le preocupaba en ese momento.

-Dámelo...

-No.

-Dámelo...

-No podrías sostenerlo ni soportarlo.

-Dámelo...

-Ya basta.

Su petición era un susurro ahogado en un vapor de agua que se manifestaba en el aire helado de la mañana. No se habían dado cuenta de este hecho mientras peleaban, pero ya había amanecido. Una voz autoritaria se negaba a concederla, frotándose los brazos para mantenerse en calor.

Un solitario ojo verde, ojeroso e inyectado en sangre lo observó; observó lo que quería, miró al culpable de sus heridas, dijo todo en una sola mirada. Y no se le escuchó.

-¡Dámelo de una maldita vez!

-¿Para qué? No puedes usar magia, y como objeto no tiene ningún valor. No te sirve de nada.

-Ella...

-Es una bruja, una arpía, un demonio. Lo usará para sí misma y cuando vea tu malformación te matará.

-No... No lo hará.

Sobrevino una tos, convulsionó, y escupió un chorro de sangre.

-Te matará -insistió el otro-. No le sirves para nada. Ni como amante.

-Jamás lo hemos sido...

-Pero querías.

No podía negar la verdad.

-¿Y bien?

No respondió. Su ahora único ojo relució con fiereza, y en un segundo se lanzó sobre su compañero y cortó su traquea de un salvaje mordisco. El último aliento fue exhalado como un suspiro, y más sangre surgió a borbotones, terminando de teñir su rostro y su ropa. Aquella sangre se mezclaba con la suya propia y poco a poco formaba un charco a sus pies, en el que se hundían sus botas.

El último suspiro de Athinius, su mejor amigo... su hermano. El último suspiro, que le entregó el zafiro que luego él llevaría hasta Ishnaia y que desencadenaría algo totalmente inesperado por todos los implicados hasta ese punto, pero aún es muy pronto para adelantar acontecimientos.

Igrin recogió la gema, pequeña y ligera, y limpió las manchas de sangre que había en ella. Algunas gotas de sangre aún salpicaban el suelo, y entonces lo decidió: con dos dedos, corazón e índice, terminó de arrancarse el ojo que la mantícora de Athinius había partido en dos. Cortó los nervios, venas, y demás vasos de un tirón, y en su lugar colocó la gema.

Angren. Sangre azul.

Suspiró un segundo, cansado, y dio un paso para marcharse. El agotamiento lo arrojó al suelo.

Cabellos castaños y negros, tres ojos verdes y un falso ojo azul, tendidos en la hierba helada de escarcha. Por su aspecto, cuando dos días después los encontraran, la teoría aceptada sería que una mantícora salvaje los había malherido, y que en mitad de la refriega habían muerto todos. El ojo falso no se vería, al menos no en ese momento.

Podrían respirar tranquilos durante aún algunos amaneceres.