lunes, 27 de septiembre de 2010

3

-Eh, señor UnOjo, ¿le importaría atar bien ese cabo?

-Como ordene, señor MedioPie.

-¡Eh, Bicho! ¡Te dije que engrasaras esas bisagras! ¡Las oigo chirriar desde la cofa!

-¡Sí, señor! ¡Perdón, señor!

-¿Y la comida?

-Ya casi está, no grite tanto, viejo. Que luego tendrá que decir alguna cosa importante y andará afónico de soltar tanta mierda.

-Jejeje...

-¿Que acaso los imbéciles estos no saben que esa vieja nos va a traer mala suerte? ¡Mala suerte, digo!

-Ya, ya. ¡Supersticioso! Menudo paleto estás hecho, creyendo esos cuentos de viejas...

-Sí, claro. Vamos a ver quién es el...

-¡¡Todos a comer ahora mismo, y luego me dejáis descansar tranquila!!

Se hizo el silencio en el barco durante unos segundos, hasta que todos los hombres estallaron en carcajadas. Una chiquilla de unos diez años y una mujer adulta, cercana ya a la fecha de alumbramiento, subieron desde la cocina con cuencos de guiso para los marineros. Aunque no todos pudieron acercarse en ese momento para recoger su porción, por toda la cubierta se oyeron los gritos de agradecimiento por el tentempié, haciendo que la mujer sonriera orgullosa. Luego, con aire burlón y haciendo ademanes como si fuera una gran señora noble, se retiró a su camarote a descansar, dejando a la chiquilla a cargo de lo demás.

-Venga, MedioPie. No me apetece estar de pie todo el día sujetando un plato -dijo de forma altanera al hombre que hacía de vigía.

-Eres una maleducada, Stella. ¿Quién te ha enseñado a hablar así de descaradamente? -comentó el aludido con una sonrisa, en tono de broma claramente.

-Mi tío Baryl -contestó la niña, alzando la barbilla en un gesto todavía más altivo.

El hombre no pudo resistir más y la estrechó en un cariñoso abrazo, mientras todos los demás reían. Antes de dejarla ir, tras coger su potaje, le revolvió los rubios cabellos, iguales a los suyos y a los de su hermana, la madre de la niña.

-Que no se entere luego tu madre de todo esto, o se enfadará conmigo y con tu padre.

-Síiiiii.

La chica se fue mientras los hombres que habían terminado de comer le entregaban sus cuencos vacíos y volvían a lo que hubieran estado haciendo. Baryl se quedó mirando hacia la puerta por la que desapareció la chiquilla con una mal disimulada sonrisa.

-La adoras -sentenció categóricamente el apodado "UnOjo".

-Porque tú lo di...

-¿Qué opináis, chicos?

-Que se vuelve loquito por esa cría -gritó el que ahora ocupaba el puesto de vigía.

-Que, como buen hermano pequeño, adora a su sobrina. Pero que no se olvide de que es mi hija -apuntó también el capitán.

-Darigan, por favor... -Baryl se sonrojó, haciendo que todos menos el que lo había provocado soltaran risitas quedas.- Es vergonzoso.

-¿Por qué es vergonzoso? -UnOjo volvió a la carga.- Total, en cinco años más podrías...

-Ni hablar, eso jamás. En todo caso le buscaré marido, pero yo... No, no, nunca. No podría.

-No hay leyes contra eso -argumentó Darigan, masajeando su mentón.

-Pero yo no me sentiría cómodo.

-Vale, vale. Tregua. -El hombre alzó las manos con las palmas hacia afuera, exhortando a todos a guardar calma, y luego recogió los platos vacíos.- Los voy a dejar con lo demás y vuelvo.

-Gracias, chico. -El cuñado del capitán se puso en pie y se estiró, con pereza.- Yo iré a echar un vistazo a las cartas y luego a echar un sueñecito, si el capi me deja... -Baryl miró en dirección a Darigan y este asintió con la cabeza.- ¿Te encargas tú del timón, Meuts?

-Ahora voy -el más anciano de los tripulantes se encaminó con paso firme hacia el timón mientras murmuraba imprecaciones contra la niña y la mujer del capitán.

-Menudo humor... -El encargado de llevarse los platos suspiró, sacudió la cabeza y bufó de forma imperceptible para los otros.- Bueno, ya os veo más tarde.

-¡Eh, espera un momento, Igrin! -El joven tío lo detuvo un momento, agarrándolo por el hombro para llamar su atención.- ¿De verdad no te importa que te llame "UnOjo"?

-¿Y a ti te importa que yo te llame "MedioPie"? -Replicó el aludido.

-Tienes razón. Perdona mi cabezonería.

-No te preocupes. Estamos entre amigos, ¿no?

domingo, 19 de septiembre de 2010

2

Apretó su cadera con las rodillas fuertemente, sin tenerla en consideración. Ella exhaló un suspiro, casi un gemido ahogado, y sintió cómo él la llenaba, desbordándola. Se dejó caer al fin hacia atrás, respirando agitadamente, mientras lo veía apartarse de su lado y comenzar a vestirse. Aquel hombre... Aquel hombre sobrepasaba todas las ideas que su mente había llegado a concebir.

Llevaban ya una semana de viaje, esto es, nueve días en su calendario. Los tres primeros le habían servido a Igrin para recuperarse al fin de sus heridas, conseguir "algo" para tapar su ojo falso y seducir a Mirna. A partir del sexto había empezado a disfrutar de su compañía, su lecho y su cuerpo cada noche y cada mañana, sabiéndose el primero en poseerla, aprovechando todas las horas de sueño de su padre. No sabía qué pensaba la muchacha sobre todo aquello ni le interesaba; consideraba que, ya que no podía hacer nada más para divertirse, la chica tenía el deber de complacerlo hasta que cesase de necesitar su compañía. Y solo quedaba un día ya.

Igrin estaba terminando de ajustarse la camisa cuando el padre de Mirna se acercó al lugar donde estaban. Pudo olerlo antes de que el hombre se percatara de su presencia, así que le dio tiempo a cubrir a la jovencita y ocultarse bajo el carromato. Y tomó el papel de un espectador.

El hombre adusto, de calva cabeza y blanco mostacho se acercó a grandes zancadas a su hija, que dormía en el interior del carromato para "vigilar al herido", y la golpeó sin miramientos con la varilla que usaba para fustigar a los caballos.

-¡Ay!

-Levántate y vístete, zorra. Tienes que ayudarme a arreglar las cosas.

-Pero, padre...

-Que te levantes -Otro golpe.- Tenemos que llegar hoy de una maldita vez para deshacernos de tu amiguito. Hay que entregárselo a la guardia.

-¿¡Cómo puede hablar tan mal de Igrin, padre!? ¡Vos mismo lo dijisteis! "Esa bestia lo atacó, ha estado a punto de matarlo".

-Hablo con conciencia, no como tú, que piensas en una sola cosa. Desvergonzada. -Otro golpe. Mirna se levantó y comenzó a vestirse.- Ese muchacho tenía sangre entre las uñas, demasiada para tratarse de una casualidad. Me pregunto si no es él el verdadero monstruo... -Un golpe más, con mayor fuerza que las veces anteriores.- ¿Y qué hacías tú durmiendo así?

-Tenía calor...

-¡Y una mierda "calor"! ¡Eres como una perra en celo! No quiero ni pensar... ¡Y termina de vestirte de una vez!

-Sí, padre.

Y Mirna obedeció, sin replicar más, sin cuestionar, sin pensar, sin escuchar. Se limitaba a percibir las órdenes y acatarlas. Y percibió una risa de fondo, pero no le dio importancia.

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

La hora de comer se acercaba cuando al fin divisaron las puertas de la ciudad. La chica iba en el interior del carro, cubierta del sol por la lona, ocupándose de mantener todo en su sitio. Igrin acompañaba al padre en el pescante. La conversación entre ellos era nula, pero el silencio no era incómodo, al menos para el joven.

-Deberíamos parar a comer antes de llegar a Kath. -Comentó con tranquilidad.- Una vez estemos dentro será imposible que os acomodéis apropiadamente, teniendo que poner todo para la venta...

-Sí, sí. Tienes razón. Pararemos un rato al borde del camino para que mi hija cocine algo y luego iremos. -Tirando de las riendas y gritando un par de órdenes, los animales se salieron del camino, alejándose un tanto de la vía en busca de un lugar cómodo para descansar.

Al cabo de unos minutos ya habían parado y los animales estaban atados a un árbol cercano, pero liberados de su carga. Fue a ellos a quienes Mirna atendió primero, dejando aún a su padre y a su amante solos unos instantes.

-¿Qué harás cuando lleguemos?

-Compraré provisiones y seguiré mi camino hacia el Oeste, de vuelta a casa.

-¿Quién te espera? ¿Tus padres, tu esposa?

-Algo mejor que eso...

Más silencio. Mirna les dedicaba algunas palabras a los caballos.

-¿Te has aprovechado de mi hija?

-No.

-Te has acostado con ella.

-Sí.

-Eres hombre muerto.

El acero brilló en una corta extensión, la de la daga que el padre portaba y que sacó en un segundo. Igrin, sentado en el suelo, apenas le dirigió una mirada desganada, aburrida, como si todo aquello no tuviera nada que ver con él. Lo enfureció.

-¡Hijo de perra!

-¡Padre!

Y entonces Igrin se levantó. La daga se dirigía hacia su estómago a una velocidad de vértigo, y detrás del padre la hija chillaba aterrada, corriendo hacia él, intentando detenerlo. El chico de cabello castaño sonrió de forma casual y se relamió. Lanzó su mano.

La daga cayó al suelo a la vez que Mirna, espantada, salpicado de sangre su rostro. Una mano (¿o una garra?) sobresalía por la espalda de su padre, tintada de rojo. La sangre que el anciano vomitó también salpicó a su asesino, que simplemente se relamió los labios.

-I... grin...

-Tenemos que despedirnos, Mirna. Yo tengo que llegar a Kath para seguir mi camino, y tú no vienes conmigo.

-Pero tú... tú... ¿Es que no me amas? Juntos... ¿No vamos a estar juntos?

-Qué imbécil eres, maldita puta. -Igrin la puso en pie tirando de su cabello, sin oír los quejidos de dolor y las frases incoherentes que ella pronunciaba.- Vamos a despedirnos como es debido...

La arrastró hasta el árbol donde estaban los caballos, que se encabritaron al oler la sangre. El chico decidió librarse de esa molestia cortando las cuerdas de un solo mordisco, dejando que huyeran. A ella la estampó contra el tronco y la sujetó con una sola mano, del cuello, mientras la observaba.

-¿Por qué...? -Mirna tosió, intentando recuperar el aliento para formular su pregunta.- Yo te quiero...

-No me quieres. Ni siquiera me conoces. -Rompió su falda sin miramientos, y luego rasgó sus calzas.

-Quiero... estar... contigo... -Sintió que su garganta era apretada con más fuerza, asfixiándola.- Por... favor...

Igrin hizo lo más práctico que se le ocurrió para no oírla: besarla. A diferencia del primer beso que había recibido de él, dulce y tierno para conquistarla, este era forzado, bruto, descuidado. Sintió incluso cómo él mordía su lengua con el único fin de hacerla sangrar, hacerla sentir dolor, y disfrutar él con ambos resultados. Y aún continuó así durante un buen rato más. Por más que quería gritar no podía, pues él aprisionaba su boca y su garganta. Sentía la sangre de algunos cortes en su vientre, en sus brazos, en sus piernas, en su cara... Sentía las caricias duras y crueles dañándola y excitándola al mismo tiempo. Sintió el sudor correr por su cuerpo, acompañando a las lágrimas que caían por su cara. Gimió por doble causa cuando él entró en ella, ahogándose por la presión y la sangre agolpadas en su garganta.

Al cabo de un rato él se marchó, con una bolsa de oro en su bolsillo, una daga en su bota y manchas de sangre en la ropa. En el suelo, en un lugar apartado y olvidado del camino hacia Kath, un padre y su hija murieron desangrados. Él con el estómago atravesado, intestinos cortados, venas vacías de tanto sangrar. Ella malherida, cubierta en sangre, sudor y lágrimas... y quizá algo más.

sábado, 11 de septiembre de 2010

1

Cuando despertó el cielo estaba teñido de un color violáceo, símbolo inequívoco de que anochecía. Se sentía débil, cansado, mareado. Palpó su cara y su cuello en busca de las heridas y las localizó al sentir la costra de sangre seca. Aún había manchas por el resto de su piel y de su ropa, notó también. Tendría que limpiarlo antes de presentarse ante Ishnaia.

-¿Ya estás despierto? No, no te levantes todavía. Voy a traerte una infusión; tú te la bebes y luego duermes un poco más.

-¿Quién...?

-Mirna. Pero no te preocupes por eso ahora; descansa.

Igrin miró a la mujer alejarse con paso apresurado y sólo entonces se fijó en dónde estaba. El escenario de fondo ya no era el templo de Narae, sus acompañantes no eran ya el cadáver de un monstruo amaestrado y el de su hermano, su cobija no era el frío aire matutino. Alguien debía haberlo recogido, lo habría encontrado con los cadáveres y habría decidido rescatarlo... Pero no habían tratado sus heridas aún. ¿Por qué? Y Angren...

Se llevó la mano al lugar donde antes tuviera el ojo derecho y se dio cuenta, extrañado, de que no lo había abierto. ¿Sería posible que nadie hubiera visto la joya? No notaba que hubieran tratado tampoco aquella parte de su cuerpo, y sí sentía la dureza de la gema, por tanto... por tanto, podría aprovecharse de aquellos imbéciles.

La tal Mirna se demoraba, notó, y se incorporó ligeramente del lecho de paja donde lo habían dejado para otear en busca de ella, aunque no sabía cómo iba a ser capaz de reconocerla. Cuando había notado que alguien le hablaba sólo había notado una piel morena y unos labios gruesos y cargados de pintura. Tenía que averiguar cuánta gente más había con ella, porque una mujer jamás viajaría sola, y sonsacarle hacia dónde se dirigía para calcular cuándo podría volver a ver a su Maestra...

-Aquí está. –Mirna volvía con un cuenco de barro en las manos. Tenía el cabello largo y negro, ondulado, y unos senos turgentes.

-Gracias, Mirna.

-¿Y tú cómo te llamas? –Por la voz y su actitud, Igrin calculó que la mujer tendría unos veinticuatro años...

-Igrin.

-Es un nombre bonito. –Muy infantil. ¿Quizá veinte?

-Me lo puso mi madre, creo.

-Ah...

La mujer, definitivamente, no tenía muchas luces, pero era bonita. Sin lugar a dudas Ishnaia era un caso único... Pero al menos a ésta le podría sonsacar cosas más fácilmente

-¿Dónde...?

-Cerca del santuario de Narae, hace dos días. –No lo dijo, pero odiaba no poder acabar de formular una pregunta.

-Vaya... ¿Y los que estaban conmigo? ¿Qué ha pasado?

-Murió desangrado. La mantícora debió cortarle la garganta -relató la chica. Seguidamente, se llevó una mano a la boca en un gesto de sobresalto y luego bajó la vista, avergonzada.- ¿Era familiar tuyo? Es que he hablado sin pensar, y...

-Era mi hermano –cortó él de una vez, tomándose una pequeña venganza personal.

-Cuanto lo lamento, yo...

-No te preocupes, son cosas que pasan. ¿Y a dónde vas?

-Viajo con mi padre, en realidad. –Al fin la chica sonrió. Como pensaba, la pena era mecánica, lo que le habían enseñado que debía sentir en tal situación.- Vamos a Kath. ¿Sabes donde es?

-Al norte –respondió Igrin con desgana.

Mirna asintió y, sin decir más, le tendió la taza, instándolo a beber. Igrin obedeció mientras la escuchaba.

-Papá trabaja como mercader, así que estamos casi todo el año viajando, aprovechando principalmente las ferias. Mi madre murió el año pasado y yo soy hija única, así que sólo estamos nosotros dos. Pero un muchacho me ha estado cortejando desde hace dos veranos, y he pensado que, si padre accede a que me case con él, la familia crecerá y también el negocio, ¿sabes?

-Entiendo...

-¿Ya has acabado? Vale, ahora tienes que dormir. Mañana por la mañana, cuando volvamos al camino, te despertaré para que puedas acomodarte en la carreta, si es que te encuentras bien.

Mirna hablaba despreocupadamente, sin parar apenas, y seguramente sin pensar en lo que decía. Igrin no podía sentirse más asqueado, pero le sonrió con la sonrisa más agradable que pudo cuando le devolvió el pote. Y la chiquilla lo quedó mirando fijamente, sonrojada y con la respiración alterada.

-Buenas noches, Mirna.

Qué fantástico y qué sencillo. Aquellos mentecatos le ahorrarían tiempo de viaje y dinero, aunque tuviera que acomodarse y actuar como un humano corriente durante algunos días. Pero valdría la pena. Estaría con Ishnaia antes de lo que antes había calculado.

Y aquella chiquilla no debía tener más de diecisiete. Sería una buena entretención.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Prólogo

Prólogo de EUS, El Último Suspiro, la historia original de Igrin (a medias). Corregido y resubido para recuperar lectores y, quizá, ganarlos.

Intentaré poner un capítulo a la semana, pero no prometo nada.

******

Las cicatrices provocadas por las garras sangraban profusamente. Su cuello, su mejilla, su frente y el lugar donde antes tuviera el ojo derecho eran las fuentes de esta sangría. El manto de líquido rojo escurría por su piel, tibio, pegajoso, con un característico olor metálico que sus compañeros tardarían en olvidar. Pero no era lo que le preocupaba en ese momento.

-Dámelo...

-No.

-Dámelo...

-No podrías sostenerlo ni soportarlo.

-Dámelo...

-Ya basta.

Su petición era un susurro ahogado en un vapor de agua que se manifestaba en el aire helado de la mañana. No se habían dado cuenta de este hecho mientras peleaban, pero ya había amanecido. Una voz autoritaria se negaba a concederla, frotándose los brazos para mantenerse en calor.

Un solitario ojo verde, ojeroso e inyectado en sangre lo observó; observó lo que quería, miró al culpable de sus heridas, dijo todo en una sola mirada. Y no se le escuchó.

-¡Dámelo de una maldita vez!

-¿Para qué? No puedes usar magia, y como objeto no tiene ningún valor. No te sirve de nada.

-Ella...

-Es una bruja, una arpía, un demonio. Lo usará para sí misma y cuando vea tu malformación te matará.

-No... No lo hará.

Sobrevino una tos, convulsionó, y escupió un chorro de sangre.

-Te matará -insistió el otro-. No le sirves para nada. Ni como amante.

-Jamás lo hemos sido...

-Pero querías.

No podía negar la verdad.

-¿Y bien?

No respondió. Su ahora único ojo relució con fiereza, y en un segundo se lanzó sobre su compañero y cortó su traquea de un salvaje mordisco. El último aliento fue exhalado como un suspiro, y más sangre surgió a borbotones, terminando de teñir su rostro y su ropa. Aquella sangre se mezclaba con la suya propia y poco a poco formaba un charco a sus pies, en el que se hundían sus botas.

El último suspiro de Athinius, su mejor amigo... su hermano. El último suspiro, que le entregó el zafiro que luego él llevaría hasta Ishnaia y que desencadenaría algo totalmente inesperado por todos los implicados hasta ese punto, pero aún es muy pronto para adelantar acontecimientos.

Igrin recogió la gema, pequeña y ligera, y limpió las manchas de sangre que había en ella. Algunas gotas de sangre aún salpicaban el suelo, y entonces lo decidió: con dos dedos, corazón e índice, terminó de arrancarse el ojo que la mantícora de Athinius había partido en dos. Cortó los nervios, venas, y demás vasos de un tirón, y en su lugar colocó la gema.

Angren. Sangre azul.

Suspiró un segundo, cansado, y dio un paso para marcharse. El agotamiento lo arrojó al suelo.

Cabellos castaños y negros, tres ojos verdes y un falso ojo azul, tendidos en la hierba helada de escarcha. Por su aspecto, cuando dos días después los encontraran, la teoría aceptada sería que una mantícora salvaje los había malherido, y que en mitad de la refriega habían muerto todos. El ojo falso no se vería, al menos no en ese momento.

Podrían respirar tranquilos durante aún algunos amaneceres.