domingo, 15 de mayo de 2011

Interludio -15d-

Estuvo todo el día sin moverse, comer ni emitir sonido alguno. Permanecía echada en su cama, donde Igrin la había dejado, en posición fetal, con los ojos perdidos en el vacío. No sabían si dormía o no, ni había forma de comprobarlo. El semibestia vigilaba.

Igrin veía el alma de Erie y temblaba. En ese momento, su apodo era un chiste de mal gusto que le hacía estremecer involuntaria e inevitablemente. Lo que veía en ella era horrible, terrorífico, grotesco… y a la vez cautivador.

-Ahora lo entiendo: es un demonio, no un alma. –Hablaba solo. Los demás habitantes de la casa no le prestaban atención.- Debí darme cuenta antes, pero es raro; no es el típico que se dedica a tomar posesión… Supongo que por eso Mithrael y el humano no podían tocarte. Y sigue siendo raro. No sé, tengo la sensación de haberlo visto… No, de haberlo sentido antes. ¿Qué es? ¿Quién es? ¿Quién eres tú?

A ratos callaba. No había visto a Mithrael desde que llevara algo de desayuno para él y para Erie, por si despertaba. Pero ya hacía mucho que la comida estaba fría. De todos modos no quería que lo escucharan hablar solo, no quería que escucharan lo que decía. Erie era la única.

Y volvían las preguntas. ¿Por qué Erie? Tenía la respuesta en la punta de la lengua, estaba todo ahí, pero era incapaz de comprenderlo, de expresarlo. La idea se le escapaba en la cabeza, pero no se iba.

-Tengo la sensación de que ese demonio grita. Y me recuerda a mí, a cuando desperté. El dolor fue... Yo... Realmente no lo recuerdo bien. Recuerdo rojo, sangre, líquidos, punzadas y frío. Cuando Ishnaia me...

Resucitó. Esa era la clave.

Era impresionante pensar que llevaba tres días allí, hablando con normalidad de ello, y no se había dado cuenta hasta ahora. ¡Había estado muerto! ¿Por qué no lo recordaba? Ja, claro, porque no recordaba su vida anterior. Pero una parte de sí mismo lo sabía, sabía que había otra vida, ya totalmente perdida, olvidada... Ni siquiera recordaba quién era. Qué había sido. Un nombre, al menos. Nada. Era una extraña sensación de vacío, incluso de zozobra, similar a la que había sentido cuando estaba en el barco, pero más intensa e... interior. Lo más extraño era, además, darse cuenta de que esa sensación se mezclaba con la certeza de que Erie lo sabía todo sobre él, Erie había estado con él. Él había cuidado de ella.

Se acordó de Mithrael.

-¿Tú sabes quién dice Mithrael que soy? Yo sé que una vez fui un humano, pero no sé si me llamaba Igrin o no. ¿Puede que el nombre que tengo ahora sea el de mi otro yo? ¿El de mi otra parte? ¿Cómo se llama ese demonio tuyo? ¿Y por qué gritaste así? Me recordó… al día que desperté. Es el recuerdo más claro que tengo de mi segunda vida. Me dolía tanto volver a tener un cuerpo y todo eso que grité… Era tan extremo que después de eso no pude hablar durante una semana, pero ella dijo que tenía algo que ver el haber estado muerto tanto tiempo. Ahora que lo pienso, Mithrael sabe todo eso, que yo estuve una vez muerto, y tú también… ¿Conocéis a quien me mató o simplemente se nota por la malformación? Quiero decir, ¿tiene algo que ver una cosa con la otra? Bueno, menuda estupidez. Tú no puedes saberlo, tú no te dedicas a esas cosas, aunque también eres bruja y tal… Por cierto, ¿por qué sigues ahí tirada? ¿Quieres morirte?

Pasó un día más. Igrin notó durante esa tarde que Mithrael lo estuvo observando, pero ni uno ni otro dijo nada al respecto, ni hablaron después. A Heralc ni siquiera lo consideraba; era un humano normal.

El tercer día se presentó también sin diferencias. Igrin se despertó como la mañana anterior y vio a Erie en su cama, hecha un ovillo, mortalmente quieta. Desayunó lo que le habían dejado y, esta vez, decidió no volver a sentarse. Se acercó a ella de puntillas, como temiendo despertar algo peligroso, y la miró a la cara.

Erie estaba llorando sin hacer ruido; las colchas a ese lado estaban bañadas en lágrimas. Movía los labios, como diciendo algo, pero sin emitir sonido, e Igrin se preguntó si acaso estaba contestando a lo que él le había preguntado durante aquellos días. Ignoró que tuviera las mejillas hundidas o el rostro pálido, y volvió a su sitio anterior para hacer la pregunta que, creía él, serviría como clave para “reactivar” a Erie.

-¿Quién es Alem?

Y, como estaba previsto, Erie reaccionó.

Fue como si hubiera perdido toda noción de sí misma, como si una bestia la controlara. Igrin observó, con estupor, como comenzaba a agitarse y llorar desesperada, revolviéndose frenética, tirándose de los cabellos. Intentaba gritar, pero sin voz, como si no tuviera suficiente aire para ello. Igrin se acercó en cuanto recuperó la noción de sí mismo y la agarró por las muñecas, intentando mantenerla quieta con seria dificultad. De pronto ella se detuvo, congelada en el sitio, con los ojos desorbitados y los brazos apresados por Igrin. Él volvió a taparla, un tanto inseguro, viendo como se dejaba mover sin hacer nada.

-¿No me vas a contestar? ¿No quieres decirme quién es…?

-Ni se te ocurra mencionarlo de nuevo –cortó Mithrael desde la puerta- o de verdad que acabo contigo.

-¿Por qué?

-Porque...

-No... No sigas. –Mithrael se detuvo, sobresaltada. Erie había vuelto en sí.- Sólo... No lo menciones.

La peliazul se acercó a la hechicera y apartó al semibestia. La examinó detenidamente, pero sin tocarla.

-Estás... estable.

-Eso creo.

-Te... ¿Te duele algo?

-Por supuesto. –Erie sonrió con amargura. Parecía ser su sello de identidad.

-Debes tener hambre... No te levantes; te traeré algo.

Mithrael salió rápidamente, olvidándose completamente de a quién más había dejado allí.

Erie observó a Igrin mientras, lentamente, se incorporaba en la cama. El semibestia permanecía quieto y silencioso.

-¿Hay algo más que quieras preguntarme antes de que empiece la ronda de respuestas?

-...Entonces sí me escuchabas.

-Sí.

Silencio.

-Voy a ayudar a la otra, o me va empezar a tocar los cojones en cuanto venga.

-Igrin. –El semibestia se detuvo junto a la puerta.- Gracias.

Salió y fue directo a la cocina. Mithrael estaba poniendo los platos en una bandeja.

-No sé qué has hecho y no sé si quiero preguntar. Pero gracias, supongo.

-Definitivamente no quieres preguntar.

-Dijiste lo que no debías.

-Pero funcionó.

-Es curioso. Siempre pensé que Alem sólo era el catalizador. Nunca lo contemplé como posible “cura”.

-¿Por qué él?

- No me concierne contar esa historia. ¿Y a qué has venido tú?

-A preguntarte eso y otra cosa más. Y dije también que a ayudar.

-¿Escapando?

-Más o menos. Desde hace un tiempo.

-¿Y qué quieres saber?

-¿Cuándo podré irme?

-Pronto. Los caminos ya están casi vacíos.

4 comentarios:

Fénix dijo...

Igrin no habla solo. Habla con su otra mitad, igual que Saorin...

"Por cierto, ¿por qué sigues ahí tirada? ¿Quieres morirte?"

lol

¡JA! ¡In da face, Mithrael! ¿Quién ha conseguido traer a Erie de vuelta, eh? ¡Igrin! Y sacando a colación al narizota narizrota. Jódete.

Además, es repateante tanto misterio. "No me concierne contar esa historia". Será golfa...

Patricia dijo...

Me gusta como lo relatas pues en cierto modo me siento atada a la historia de principio a fin. Sera que en algun momento sentimos esa otra parte, nuestro otro yo? me estremece, sobre todo ese final de no saber cuando podra irse...
besos, feliz dia!

Artes 100 Fronteiras dijo...

Estou passando para apreciar sua maravilhosa página e agradecer por estar conosco.
Muito obrigada e volte sempre.

PEQUENOS DELITOS RENOVADOS dijo...

He llegado acá por el blog de la Hellen...Que linda la lengua gallega...
Más parecida con el Português que el própio castellano.....
Podráis escribie en gallego.
Unha apreto!
Puedo seguirte?